Carta nº 43

Diciembre 2010

Confusión.
Una rebeldía ciega a no se sabe qué.
Sentimientos contrapuestos. Ganas de... ganas de algo que no se deja reconocer.
Pieles y voces mezclándose en mi; no me dejan pensar. Una de ellas me da la respuesta.
La respuesta en versos extraños.
No tengo mucho más que decirte esta vez. No sé qué decirte esta vez. Así que te dejo los versos que hablan por mí.

I Saw the gap again today
While you were begging me to stay
Take care not to make me enter
If I do we both may disappear

Know that I will choke until I swallow...
Choke this infant here before me.
What is this but my reflection?
Who am I to judge or strike you down?

But you're
Pushing me, shoving me
Pushing me, shoving me
Pushing me, shoving me
Pushing me, shoving me

Pushing and shoving me
Pushing and shoving me
Pushing and shoving me
Pushing and shoving me

You still love me
You still love me
But you didn't think, pushit on me
You still love me
You still love me
But you didn't think, pushit on me

Rest your trigger on my finger,
bang my head upon the fault line.
You better take care not to make me enter.
'cause if I do we both may disappear.

But your
Pushing pushing me
Pushing pushing me
Pushing and shoving me
Pushing and shoving me!

You still love me
You still love me
But you didn't think, pushit on me
You're pushing and shoving me
pushing and shoving me

I'm slipping back into the gap again.
I'm alive when you're touching me,
Alive when you're shoving me down.

But I'd trade it all
For just a little
Piece of mind.

Pushit on me
Pushit on me
Pushit on me
Pushit on me
Your pushing and shoving
And I'm scrambling
To keep my feet flat on the ground.

I am somewhere I don't wanna be. Here.
Push me somewhere I don't wanna be.
Put me somewhere i don't wanna be.
Seeing someplace I don't wanna see.
Never wanna see that place again.

Saw that gap again today
While you were begging me to stay.
Managed to push myself away,
And you, as well...my dear.

If, when I say I might fade like a sigh if I stay here,
You minimize my movement anyway,
I must persuade you another way.

Pushing and shoving and pushing, shoving me.

There's no love in fear.

Staring down the hole again
Hands are on my back again
Survival is my only friend
Terrified of what may come.

Remember I will always love you,
As I blow your fucking throat away.
It will end no other way.
It will end no other way.

Tuya,

M~

Carta nº 42

La carta llegó como Noviembre. Simplemente llegó. Un día no existía, al otro día estaba allí, tímidamente asomada a la vida.
Es un noviembre extraño.
Se siente casi como madurar.
Te extraño este noviembre más que otros, porque te extraño a conciencia. Extraño charlar con vos, extraño tu risa. Extraño la forma en que miras. Sí, así como lo digo. Extraño oírte tocar, oírte cantar bajito. Extraño las charlas en la cama, los cafés en la mañana, y los besos robados al pasar.
Extraño todo lo que te convierte en vos.
Y se convirtió en algo raro todo esto. Es distinto, de alguna manera. Hasta siento que las lagrimas se me caen, y las cargo con cierta... dignidad.
Reemplacé el sentimiento de vulnerabilidad por una cierta esperanza vaga, un sueño mentiroso, un "alguna vez". Porque después de todo, ¿quien sabe?
Y no hay mucho que decir para un Noviembre que llegó y se fue, casi que se escapó. Así que no voy a decir mucho, porque "extrañarte" es un verbo pronominal que tiene una letra más que Noviembre, así que resume mejor.
Algún día nos vamos a sentir menos solos...

For every heart there’s a spell
And for every blind man, a heart
Cause every spell is made of love
And love is a way to feel less alone

M~

Post Scriptum: Sigo sin poder terminar la novela para vos...

Carta nº 41

Octubre 2010

Esta carta es inesperada. Hace 11 meses que se puso el punto final y se levantó el lápiz de la número 40, y en ese momento, no imaginaba que iba a ser la última. Lo fue por algún tiempo, al menos.
Qué extraño el sucederse de los hechos. Qué inesperados, mas felizmente recibidos. De ahí que esta carta no sea bienvenida, y, aunque inesperada, un tanto planificada.
Hace semanas que sé que este es un paso necesario de alguna manera, para esta prueba. Pero después de 40 cartas interrumpidas, ¿a quién no lo consume cierta resistencia al inevitable hecho de que es tiempo de una nueva?
Es un nuevo octubre, es un nuevo tiempo; un momento, solo espero.
Como alguna vez te dije, pasa el tiempo tras tu ventana, y las letras siguen siendo solo letras. Y agrego ahora, ¡tan cambiadas!
Y es que... es difícil empezar otra vez. Hay un sentimiento de desolación que no es el mismo, una resignación vaga. Hay mucha duda, y durante el último mes, mucha inacción. Porque es un misterio lo que vendrá, pero enmarcado en ciertos parámetros.
No puedo refugiarte ya en la muerte. No puedo ya evitarte. No puedo, más aun, justificar.
¿Entonces, qué queda?
¿Esperar que la ventana estalle, que una nueva profilaxis se rompa?
Hay muchas certezas que reniegan de esta carta, y se clavan en alguna carne débil.
Hay un amor torcido. Hay encuentros, hay cierto entendimiento mudo. Un demonio ciego, sordo y mudo, que se llama a sí mismo "nosotros"
Fueron 11 meses de aprender. De responder a todas las preguntas de las 40 cartas anteriores. De recuperar, de construir, de descubrir, de destruir. De olvidar.
Y ahora no se puede decir de qué es tiempo. Esta vez lo voy a afirmar: no sé si habrá una carta 42, o si esta vendrá dentro de más tiempo. La sola existencia de ésta habla de las contingencias del tiempo. De una molesta incertidumbre, como castigo a todo lo que me sosegué. Es tiempo de entregarse a ello, tal vez.
Y cada día que pienso, saco una conclusión distinta. Debe ser eso. Cada día me despierto pensándote, como en cada carta, pensando en cada beso. Y es que pienso que debe haber algo especial que crea esto. Y tampoco puedo entenderlo.
No me queda mucho por hacer, más que agradecer estos 11 meses, y ver qué sucede, ser ese testigo que soy para todo en la vida, y soñar.
Al menos ahora sé que no estás muerto, y cada tanto, me contento con verte sonreír. Y todo eso, para mí, es un milagro.

El Círculo (Delirio)

Miró el círculo perfecto sostenido entre el pulgar y el índice. Tan pequeño…
-¿No hay retorno después de esto, cierto?
Una sonrisa que flotaba en el aire se amplió tentándome. Pronunció una pícara negación.
Puso el círculo tapando la luz de la sucia lamparita que colgaba de sus cables.
Una línea infinita; no hay comienzo, no hay final. Una figura perfecta. No había vuelta atrás. Un inicio que solo se reconocía antes de ella, pero que luego se desdibujaba en un espiral de delirios, de pasos, de agujeros de gusano. Una nueva visión del tiempo.
El círculo se hizo uno con ella.
Por un momento todo estuvo bien. Todo su mundo siguió igual. Era la despedida.
Pero en cuánto traspasó esa puerta, nada fue lo mismo. La música enturbiada explotó con detalles y colores. Estaba dentro, y estaba afuera. Estaba en todo. La penumbra no dejaba que viera colores, pero sabía bien que le hablarían luego de otras realidades.

"Llevada por un interés igual hacia todas las cosas que cruzaban mi vista, llegué a una galería. Era un pasillo que daba al patio, donde había unos sillones, pero también había vidrieras. Me senté en el sillón, y al lado mío, se aparició un hombre de barbas blancas y enruladas, vestido con una túnica. Estuve a punto de apelar en contra de su estilo, pero al mirar alrededor, no encontré mejores ejemplos del buen vestir. Eso también había desaparecido. Así que solo le sonreí, como para iniciar una conversación. No estaba segura de poder hablar, y tampoco era buena iniciando conversaciones.
-Yo soy Tiresias- dijo. –El delirante.
Estuve a punto de reírme, pero, ¿qué le iba a decir? Éramos todos así…
-No, - me dijo. –Soy un delirante con muchos años de experiencia. No me hice de una reputación para que llames delirante a cualquiera que pueda liberarse de sus sentidos.
Lo miré como si fuese muy importante lo que decía, pero en verdad, habían sido solo sonidos que se unían con la música del futuro.
-¿Te acordás cuando me acompañaste a ver al osado viajero? El que sostenía la espada sobre la sangre y me pedía respuestas a preguntas que estaban en su cabeza.
-Claro… Y después la horda de mujeres llorosas…
-Claro. Soy un delirante. Puedo ser partícipe del pasado, presente y futuro, en una acción.
Me levanté y fui a buscar algo. No sé qué. Había muchas puertas, y en la primera que abrí, había un aire fresco, y luz del día. En un escritorio, un hombre de grandes bigotes leía unas notas. Me invitó a pasar con un gesto, y me senté en uno de los sillones de cuero marrón.
-Psicosis. – dijo, asintiendo exageradamente con la cabeza. –Una confusión mental. ¡Incongruente!, ¡Incorregible!, ¡Inadecuada!
Y eso fue más de lo que podía manejar. Así que me fui, así como había llegado. Y seguí por la siguiente puerta. Esa sí que me sorprendió. Estaba la sonrisa voladora de nuevo, dando vueltas alrededor de una estatua de mi persona. En cuanto me acerqué, comenzó a caerse en pequeños pedazos. Con cierta desesperación empecé a sostenerla, pero lo único que hacía era poner mis dos manos sobre la cara. La sonrisa mostraba sus dientes y reía, y todo parecía un remolino que subía y que bajaba pero no dejaba de girar y girar. Por ese momento recordé el Maelstrom, y si cerraba los ojos podía sentir el agua y el viento pegando en mi cara; seguía sosteniendo la otra cara, por las dudas.
Cuando paró, pude ver que la cara estaba intacta. Mi plan había funcionado. Pero no. La cara ya no se parecía a la mía. Apareció detrás el hombre del bigote, y giró observando la escena como si estuviese en un museo.
-Es un claro mecanismo de defensa frente al derrumbe de la estructura del Yo. Pero ya no tienes identidad.
Me dio un pedazo de plastilina, y se fue caminando por un rincón donde parecía haber un jardín. Lo seguí, con intensión de ver de qué se trataba la masa. La estatua cayó, y se hizo pedazos en el suelo, que quedó lleno de cubos de azúcar, de los que nunca había visto.
En el jardín había agricultores. Había surcos, de los que se hacen para sembrar, pero todos los hombres allí presentes eran en realidad maníacos con camisas de fuerza que pisoteaban los montones de tierra y corrían en sentido transversal a los surcos, tropezando, llenándose de barro y babeando fuera de sí.
No. No quería estar allí. El hombre del bigote parecía disfrutarlo. Cuando me estaba yendo, se acercó de nuevo a mí y algo extraño sucedió. Su rostro comenzó a cambiar, como si fuese de goma, pero más líquido. Lo único que permanecía en su lugar, era el bigote de cepillo, lustroso, que dejaba distinguir cada vello como uno grueso y liso. Se aclaró la garganta, haciéndome notar que no era agradable estar mirando su vello facial con tanto interés. Pero entonces era otro. Uno de rostro divertido.
-Soy justo lo que necesitas. – dijo. Se le patinaban las erres, no sé si porque era francés, o porque… porque sí. Pero no había dicho ninguna erre…
-Justo por eso. Hay que aprender el lenguaje adecuado. –dijo, para mi sorpresa.
-¿Qué pasa acá?, ¿Acaso todos pueden leerme la mente? – pregunté indignada.
Todos los que estaban en el lugar señalaron mi cabeza. Sobre ella había un cartel con luces naranjas, en el cuál iba pasando todo este relato.
Basta, basta, basta. Nada de leer mis historias. Nada de contar mis historias.
Me subí a un auto que me llevó por un camino. Mi vida pasó frente a mis ojos, como le pasa a los que están muriendo.
Yo sabía que no era así. Estaba pasando al otro lado.
El túnel con la luz, y todas las imágenes de tu vida compaginadas en un moderno corto, son lo mismo que el delirio. Ambos sirven para pasar al otro lado."

M~

Tributo a Cortazar

Breve respuesta al capítulo de Rayuela donde la maga escribe a Rocamadour. Hecho para el taller literario :D


Mamá, mi linda mamá, en el espejo, mamá:
Ahora soy yo el que está en París. Tu Rocamadour en París, mamá. Y vos en el Uruguay, con un hombre, o con Perico, o con Horario, o con otro. Tal vez ellos no tengan frío, pero yo pasé ya muchas noches sin mi mamá en el espejo para que me abrigues.
No escribo para que sepas de mí. No escribo para decirte que estudio, que tengo novia o que me mudé a un lindo piso del Boulevard Saint Germain. No escribo porque me aburría de mirar una pared pintada de beige, ni un piso con baldosas cuadraditas blancas, negras, blancas, negras, blancas, negras, blancas… No sé por qué escribo. Acá en París todos escriben, o hacen como que escriben. Te miran de reojo para ver si los espias, y ponen caras de inspiración, o de complicación, o de constipación. Otros hacen que pintan. Manchas y manchas y manchas, y si no te gusta te dicen que es el fondo. Yo no hago nada de eso mamá. Rocamadour no pinta, y solo escribe a mamá.
La gente afuera se cubre las orejas con pompones. Dicen que es para pensar mejor. Yo creo que es por el frío. A veces se hacen los ahorcados con unos echarpes y esconden las manos como si hubiesen robado manzanas. Las narices no dejan de llorar dondequiera que vaya. Yo creo que es por el frío. Las bocas se prenden fuego y largan un humo largo cada vez que hablan, o se saludan. No lo pueden ocultar, y por eso suspiran, y más humo se escapa. Yo creo que es por el frío.
Por las noches, mamá, me gusta sentarme en la puerta de un museo y mirarlo apagado. Solo y abandonado por sus fieles. A Rocamadour le gusta el museo, aunque se siente un poco tonto cuando se ríe de algún garabato y la gente lo mira mal. Por eso me gusta por las noches, mamá. La gente no se ríe de mí cuando me río de los dibujitos. Cuando el museo está solo me parece distinto. Es como más mi amigo. Y está solito, así que no le importa si me río de sus dibujitos.
En el bar también hay muchos hombres con caras serias. Hablan con palabras difíciles, tuercen las bocas y fruncen el seño. Discuten y discuten. Yo les tengo respeto. Seguro que deciden cosas importantes. Siempre toman cosas fuertes. Y terminan gritando. Hablan un poco más fuerte que el que habló antes, y terminan gritando. Al final, mamá, se sujetan las manos, las sacuden, y se van.
Esos son, mamá, los mismos hombres que después se vuelven malignos, y me aumentan los precios. Me tuve que ir del piso de la Rue Richer, que era tan lindo con esa ventana con marquitos de angelitos. Me tuve que ir y ahora extraño los pisos con maderitas, y a la vecina con manos de papel que hacía facturas. Me llenaba la cocina de olor. Si venía alguien pensaba que tu Rocamadour era un excelso cocinero. Me tuve que ir porque el dueño se puso furioso por una alimaña entre la escalera y el ascensor. El mismo día prendió de la puerta una cartulina roja, y con una fea letra marrón, escribió algo así como que subían los precios. Eran unos números de los que ya no te reís, cuando hay que contar billetes.
Entonces mamá. Entonces no sé si me voy a quedar acá. A lo mejor mañana escribo de nuevo porque me olvidé de lo que hice hoy. Tal vez esta noche haga una sopa de hongos de una receta que me dio el celador. Capaz que vaya a la cafetería a ver a las muchachas que sirven el café. Es probable que mire y cuente los granitos de la pared. Hay posibilidades de que me envuelva en una frazada y me haga un gusanito, o que hunda en el espejo esperando ver a mi mamá, a vos mamá.

Llorar a tus muertos

Aquí tenemos un rejunte de ideas sueltas que uni para un concurso de escritos temáticos para un grupo en DeviantArt.

A veces quiero creer que todo esto es un sueño.
El cielo se cae a pedazos afuera,
pero es solo una imagen que no me toca.
El frío, la lluvia helada, el viento,
pasan lejos de mí, y me tienen sin cuidado.
Aun si estuviera en el medio de la tormenta,
mi piel desensibilizada y mi indiferencia,
harían que no me molestara.
Sé que nunca me vas a extrañar.
Sé que nunca me vas a mirar a los ojos y decirme que me amas.
Sé que suena desgarrador y dramático;
simplemente estoy tratando de acostumbrarme.
Sin embargo, yazco aquí a tu lado,
mirado tus ojos mudos, tu cuerpo frío e inmóvil.
Solamente a veces me pregunto cómo llegué hasta aquí.
Así que salí de este cálido y húmedo nido,
como un vientre materno,
para dejarte allí.
La realidad es oscura y triste a veces,
pero no por ello deja de ser real.
Sigo repitiendo mi promesa:
"Muerto aun me tendrás,
mirándote, buscándote,
oyendo tus súplicas casi mudas en la noche,
o haciendo que tus risas se silencien súbitamente."
Pero ahora entendí lo que me querían decir.
Ahora sé por qué es necesario llorar a nuestros muertos.


M~

Ojos

Distancia casi ilimitada, más de 180º de amplitud, tridimensionalidad, espectro de colores muy amplio.
¿Para qué? Para vernos a nosotros mismos. Para ver lo que nos va a rodear, lo que nos va a afectar, lo que nos va a cambiar.
Vemos un mundo de nuestros ojos para adelante. Lo que nos rodea, con nuestra existencia como eje. Nos apropiamos del mundo, y hablamos de nuestro tiempo, nuestro espacio, nosotros. Un nosotros en el que cada uno sabe que no hay lugar para uno más. Un nosotros porque está en todos, pero en a individualidad.
Si hay algo que como género humano compartimos es el egoísmo. Está en nuestra naturaleza; es parte de nuestra esencia, desde que construimos el Tu a partir del Yo.
Somos incapaces de ver más allá de nosotros hasta que el otro no se interpone, no nos afecta. No oímos los gritos pidiendo ayuda hasta que no nos sorprende el disparo; no vemos el esfuerzo y el amor hasta no sentir otros labios en los nuestros.
Por eso queremos y no queremos contacto humano. Porque nos despierta. Porque mata al mesmerista. Porque rompe los péndulos que nos alienan. Marcan el Tu, el El, el Ella, el Nosotros. Queremos y no queremos.
Cada vez que soportamos una muerte, hay un otro que no soportó la vida. Cada vez que resistimos un cambio, hay otro que necesita cambiar. No estamos solos. Pero no pudimos verlo. No pudimos atender al llamado.
Distancia casi ilimitada, más de 180º, 3 dimensiones, millones de colores.
Vidrios y plásticos para ver más.
Pero no necesitamos ver más.
Necesitamos ver mejor.

Historia de una persona que ve otras cosas

El viento silbaba espeluznante, semejante a mil fantasmas en una carrera. El frío helado se colaba en cada rincón, paralizaba el cuerpo y casi que quemaba la piel; costaba respirar ese aire que entumecía.
Mientras caminaba por las veredas desiertas, tratando de no resbalar por la humedad que dejaba la helada, los árboles se sacudían violentamente; crujían produciendo una especie de gruñido. Se quejan de los fantasmas que se mezclan entre sus ramas, que molestan sus hojas, me expliqué.
El cielo estaba marcado por numerosas cicatrices de nubes, en distintas direcciones, y lucía un color amarillento muy peculiar. Varios libustrines me saludaron al pasar, y cuando volví mismos ojos al cielo, noté lo extraño.
El Sol, que apenas si dejaba notarse como una mancha levemente más brillante, estaba cubierto por un inmenso halo negruzco que lo atenuaba y enmarcaba dentro de un campo más amplio, cuyo límite era un arcoiris de colores lavados, que separaba ese círculo oscurecido de mal presagio, cual moneda cósmica que tapa el Sol, del cielo ambarino.
Durante un instante me quedé tieso, no con miedo, sino con un sentimiento de suspicacia, o como si algo estuviera fuera de lugar; como si hubiese olvidado algo, o como si estuviera siendo observado. Volví a mirar el cielo, esperando que, de algún modo, me dijera que era todo una broma. Pero la apocalíptica aura seguía allí. El color bilioso se escurrió por mis ojos, alcanzando mi cerebro, haciendo su magia. Llevó hasta allí el recuerdo del azufre.
Una señal aguda me sacó de mi alienación. Un monstruo, amarillo también, rodando por el negro asfalto. Se iba el 110...
¿En qué estaba? Oh... el azufre. Donde también se instalaba lo amarillo del cielo. Instantáneamente, el fuerte olor atacó mi olfato.
Tapé mi nariz alejándolo. Y con el estruendo de algún ruido lejano, un genio maligno se rió de mí.
Apareció luego, corriendo desde la esquina, un perro negro enorme, que se frenó en seco al borde de la calle. Yo ya estaba en el duro banco de la parada, aguardando el siguiente 110 para ir a algún lado, donde seguramente tenía algo importante que hacer. Apenas me vio, el perro se puso alerta; casi podría asegurar que hizo una mueca de sorpresa. Se paró bien enfrente de mis rodillas y comenzó a ladrar acusadora, pausadamente; casi como un deber cansino.
Le hablé. Le expliqué con palabras claras por qué era políticamente incorrecto dirigirse así a un humano, que se suponía que tenía que ser su mejor amigo. Pero siguió, marcando un pulso casi molesto con su ladrido obstinado.
Lo ignoré los siguientes minutos, mirando de reojo sus movimientos, pero actuando desinteresado. Vi acercase el colectivo amarillo otra vez. Revisé el color del cielo; Sí, sigue siendo de un amarillo absolutamente anormal, afirmé con satisfacción. Atiné a levantarme, y el perro cambió de faz completamente.
Mostró los dientes, se volvió un cerbero, un guardián infernal. Su gruñido odioso retumbó en mi mente e hizo eco todo alrededor. Me retuvo en mi lugar, aterrado, y el 110 volvió a pasar. No despegó sus ojitos negros de mí en ningún momento.
En cuanto la enorme máquina terminó de pasar, el perro, como si nada hubiese sucedido, se fue andando lentamente hacia otro lado, infinitamente más interesado por otra cosa.
Definitivamente, había un genio maligno observando, controlando, esta escena, propia del arte surrealista.
Y como en un ciclo mágico de eventos que se suceden continua y constantemente, esperé otro visitante que tratase de explicarme el mensaje que yo seguía sin captar.
Efectivamente, un viejo se acercó, y se sentó en el otro extremo del banco. Como todos los viejos, era polvoriento y gris. Fijó su vista al frente y me ignoró. Masculló unas palabras para sí mismo, y se refregó las manos. Por algún extraño motivo, necesité comunicarme con él. Decirle que una moneda cósmica tapaba el Sol, que los perros guardaban secretos y acataban órdenes, y que había dejado pasar dos 110. Pero solo logré mirarlo y dejar escapar un leve lamento agudo y lastimoso, casi llorando.
Miró hacia mí, pero su vista no me tocó. Miró a través de mí.
Su mirada duró demasiado; fue un lapso de tiempo incontable. Después de algunos instantes, un tic-tac resonó adentro de mi cerebro, sin que entendiera si era el tiempo en algún reloj, o los latidos de mi corazón. Toda la situación se volvió insostenible. Quise levantarme, huir del viejo, pero algo me paralizó. Vi, detrás de mí, una soga que me retenía. No la había visto allí antes.
El 110 se acercaba de nuevo, y la soga no me dejaba ir. En su extremo, después del momento de fuerza bruta inútil, noté que lo que la mantenía unida al banco, era una llave, que funcionaba como una traba. Al punto pude resolver ese rompecabezas natural, y conseguí liberarme. En vano, puesto que el colectivo amarillo había huido.
El viejo tosió, y siguió indiferente ante mi presencia.
Mi sangre hirvió dentro de mi cuerpo. Subió por mis venas hasta mi cabeza, trayendo un gusto amargo a mi boca, y presión detrás de mis ojos. Un grito escapó de mi garganta. Cada uno de mis cabellos se volvió una púa hiriente clavada en mi cabeza. Todo el cuerpo comenzó a hormiguear, y mi piel dejó de ser mi sustento, para volverse una ahogante camisa de fuerza.
Sin dejar de gritar, y rascarme, y tratar de arrancar las agujas de mi cabeza, me revolcaba en la vereda, y la fricción me daba una ínfima calma. El viejo ni me miraba.
Tiré de sus piernas, me abracé a sus rodillas, suplicante. El viejo ni me miraba. Seguía murmurando y gesticulando.
Mis gritos se transformaron en un sollozo. Algo iba mal, muy mal.
El cielo, ahora techo de mi vida, seguía amarillo. Los árboles seguían sacudiéndose sobre mí. El sol seguía tapado por el aro de arcoiris.
El viejo se levantó y se fue, sin ver todo lo que estaba sucediendo.
Y por el rabillo del ojo vi, en ese fatal momento, cómo, lenta y burlonamente, el 110, volvía a pasar.

Lapiz y Papel

El despertador sonó, y todas las palabras y rostros volvieron a mi mente. Moviéndome en cámara lenta, como en una burbuja llena de líquido denso, llegué al viejo edificio, a la multitudinaria clase, llena de ruidos y caras anónimas; hasta entonces, lo único presente en mi mente eran aun tus palabras haciendo eco, desde la noche anterior. Una maraña de pensamientos e imágenes. Se hizo el silencio allí y en mi mente, y una voz gigante quiso explicarme nuestro lenguaje. ¡Nuestro lenguaje! Como si supiera de vos y yo; ¡como si supiera de tus palabras y de tu voz! Quiere venir a explicarme por qué mi mente retiene tus palabras, cuál es su sentido, y por qué soy capaz de recrear tu voz en el silencio de mi mente. ¡Se cree capaz de verte a través de mí! La voz gigante anula las demás, anula mi reacción, y quiere que comprenda que todo está en mi cabeza, que no somos únicos, y que sabe… esa voz sabe.
Huyo de ella. No puedo seguir la lógica de su sentencia. Recorro la ciudad pensando aun, en mi burbuja, en nuestras palabras. ¡Y ahora la voz sabe de nuestro lenguaje! Aun en sueños, luego, tu voz y su voz se funden, y no sé si trata de explicarme, o son otra vez tus palabras.
Ya no somos dos. Ya ni el sueño me da calma. La voz no me abandona, y ahora lo que resuena es su explicación sobre el lenguaje.
La ciudad me reclama otra vez; un lápiz y un papel me ofrecen escape. En ellos también hay un reflejo de la voz gigante, dando cátedra sobre lo que significan mis propias palabras; pero el placer la rompe, la calla.
La palabra escrita también es espejo de su mensaje. Pero este es mi mundo.
La palabra escrita vence.

Colores

El niño tardó en comprender que los hombres no regresarían. Que todo el espacio vacío a su alrededor era suyo. Que el aire que lo envolvía no se llenaría de olores, ni voces, ni rostros conocidos.
Lo comprendió de una manera divertida, como solo la mente de un niño podría concebirlo. El mundo, de alguna manera, era suyo ahora. Había que jugar, probar, trasformarlo. Hacerlo suyo, para liberar a sus amigos imaginarios, sus duendes y sus hadas; hasta soltaría algunos monstruos debajo de la cama.
Buscó en un cajón, que era ahora un cofre del tesoro, una caja llena de colores. Pintó entonces su mundo, como máscara de ese viejo que ya conocía, y veía todos los días.
Sus manitos blancas se hundieron lentamente en las pastas blancas y coloridas, y se quedó inmóvil por un momento, con una sonrisa pícara en sus labios. El segundo de calma que precede a la tormenta.
¡Y ahora todo era una calesita!; una risa gritona y un remolino de alegría, a medida que salía magia de sus dedos. ¡Lo vio! Con sus propios ojos. El mundo mágico de todos los niños, ahora en formas y colores, letras y dibujos, frenéticamente transformándose y creándose, haciéndose presentes en la realidad.
Los payasos, los magos, animales y juguetes junto a él, saliéndose de sus ojos y escapándose de sus manos.
La pintura corría y formaba cosas instantáneamente, como danzando, tan feliz…
Cantaron canciones, hicieron cuentos y comieron dulces hasta caer agotados, y el sueño lo llevó a continuar la fiesta en otros mundos.
Después de viarias horas despertó, cubierto de pintura y con ese fuerte olor del acrílico.
Reconoció su hogar. A su lado, un dibujo de mamá y papá.
Recobró poco a poco la realidad. Lo que pintaba eran los recuerdos rutinarios.

Profilaxis

Apenas abrí la ventana lo supe.
El ambiente cambió levemente.
El viento que mueve el pensamiento, que a su vez controla la función motora, dejó entrar tus cartas, besos ajenos, y viejos cuentos.
La profilaxis se había roto.
Lo supe recién en ese momento. Nunca me había dado cuenta realmente que el mundo se mantenía feliz mientras pintaba dentro de las líneas, mientras cantaba las mismas canciones.
Nunca me había dado cuenta que era ignorantemente feliz.
La profilaxis se había roto.
Ahora todos los recuerdos entraban en una avalancha de palabras, fechas y mensajes ocultos. No había dónde esconderse. No había un modo de repararlo, que se me ocurriera. No sabía cuáles eran los pasos a seguir.
Todo tenía sentido, en su lógica, y en la truncada versión que yo entendía.
Y no era solo el ver todo ese mundo que no quería ver, lo que se colgaba de mi ánimo. Era también la impotencia que sentía frente a ese ya instalado "modo seguro" en el que me envolvía inconscientemente.
Yo quería ser libre.
Yo quería poder inspeccionar en todos los rincones, buscando historias, detalles, secretos. No andar escondiendome de unas cuantas sentencias que herían mi salvaje espiritu aventurero.
¿Es que ya estaba vedado para mí?
Pasaron instantes de inacción. De duda absoluta.
Miedo. Desolación. Inseguridad.


P.D.: I miss you so much tonight

Dualidad

(Percepción)

El gusto del café quemado aun no se va de mi boca. Me siento a esperar, en una baldosa fría que la información de mis sentidos llene mi mente. En el oasis verde, en medio de la ciudad, los olores dulces y frescos se mezclan con el aire helado para colocarme en un nuevo presente.
La gente pasa, distraída; la ciudad no deja de moverse. Como una película, nada se detiene a ver el cielo, excepto yo. Algunos gorriones parecen entender mi presencia, mientras cazan algunas migas de entre el pasto, que se vuelve gris con la ciudad. Algunos aun se animan a cantar, y son inmediatamente censurados por el rugir de autos, la marcha de la gente, las voces y otros ruidos.
Aun así, espero. Porque los sentidos que buscan saben encontrar, y valorar, las cosas en las que nadie más se fija. La explosión de color en la gente en movimiento, y el profundo azul, chocando el gris y el verde sucio; el aire frío, liberador, y el pino que crece a metros de mis pies; la calidez del cuerpo en los abrigos contra el frío suave de la piel expuesta; la orquesta de ruidos mecanizados, y el agua de una fuente fluyendo; el dulce aire que escapa de una panadería, y el amargo gusto que deja lo que antes sucedió.
Solo los sentidos que buscan saben encontrar la belleza de esta dualidad.

Desencuentro

-¿Estás ahí?
Una voz, precedida por un borboteo líquido. No era como ninguna que conociera, como si fuese más mecánica, y su eco era confuso.
Quise contestar, pero no supe cómo sacar la voz.
-¿Estás ahí?
¿Por qué no respondía?
Buscó en el profundo pozo negro, que lentamente se expandía y se contraía, siguiendo el ritmo del redoblar de unos tambores tribales, lejanos, muy adentro.
No halló nada, y una sensación aprehensiva acarició su pecho.
-Vamos… Tenés que estar por ahí…
Los ojos, entonces, no le servirían.
Traté de tomar una bocanada de aire, pero no supe cómo empezar.
Quise dar una señal, pero no supe dónde estaba.
Las tinieblas nublaban todo, se agitaban, se torcían, consumían todo lentamente, amenazadoras, provocadoras.
Las sombras serpentinas ahogaban, ataban, no dejaban que conteste.
Habían dominado.
Se hundió un poco más en el oscuro abismo latente. Vio cómo me revolvía tratando de alejar las ataduras, pujando hacia la luz.
Tan frágil… tan fácil de doblegar.
Vulnerable, y sin decidir aun si dejarse arrastrar o volverse a la líquida voz. Una imagen de su horror, macabra, tan preciosa.
El sonido acampanado, acuoso, constante eco acompasado esfumó despacio el cuadro.
Respirando apenas como podía, dejó ir la imagen.

Se retiró del espejo, saliendo con un poco de algo similar a la nostalgia de los ensueños de sus dilatadas pupilas. Se sentó en el frío mármol de la bañera, y miró con consternación el grifo, que goteaba, marcando un pulso tétrico.
Su conciencia no respondía, las tinieblas la ataban sin dejarla asomar.
Se sonrió. Seguro que se lo merecía.

M~

P.S.: Feliz Cumple Sam.

Invisible

Su silencio se parecía al otoño
más que desolación, evocaba melancolía
Como las hojas se dejan caer miradas
Y el aire se espesa anunciando la tormenta

Esas lágrimas estaban hechas de lluvia
Martir que perece por la convicción en los ojos
y en esos eternos amaneceres de cuerpos
la piel también de su frío parecía desprender

Las miradas se parecen al olvido
Se chocan, se detruyen, se descubren
Invisibles y mudas, se recuerdan
Y escarban dolorasamente por escape

M~

Soledad

Cuando uno pierde hilo de la vida, solo de entrega al sucederse de hechos. Me encontré a las 4 de la mañana, indagando en rincones polvorientos de mi mente. Hacía allí mismo vamos.

Dos pequeñas señales me trajeron de nuevo la conciencia a este espacio-tiempo conocido. Primero, el cese del canto, tan rítmico del grillo, que como un monótono arrullo me mantenía sumida en el trance de vaya uno a saber qué fantasía.
El aire se aquietó entonces, y los oídos se me llenaron de ese silencio hueco que tan triste me pone, en ocasiones. Luego fue interrumpido por la creciente insistencia en advertir, del agua hirviendose. Me levanté lenta y silenciosa, para no romper la quietud. El olor al té de duraznos lo invadió todo, y del humo, apurado por separarse de su superficie, se formaron sus fantasmas, y se transformaron los ambientes. Por un instante, sentada en la mesa de la cocina, fui testigo de escenas del pasado, memorias contenidas en el aroma de la infusión. Un antiguo amor bebía sorbos de café, desde la ventana, equilibrando la taza mientras gesticulaba las explicaciones de sus teorías. En la misma ventana me veía tomando ese té y fumando amargamente, helada, en un amanecer, viéndolo irse, sin una despedida. Y enfrente mío, con el humo en la barbilla, un viejo amigo me miraba con ojitos brillantes. El ruido de la heladera los esfumó a todos al comenzar, y mi suspiro sonó más como una queja.
Revolví mi bebida, esperando ver algo más detrás de su transparencia pálida; pero solo resurgieron el andar del reloj, el ruido de la calle y mi compañero, el grillo. Me sonreí, y noté la leve tibieza de la lámpara en mis párpados. Cerré los ojos y me entregué al divagar de mi mente, con el coro del reloj, la heladera y el grillo como conexión con este espacio tiempo conocido.

Un trago más de té, ya casi frío, y un par de palabras más garabateadas sobre el papel sin renglones. Con un poco de pesar, cedí a la realidad; mis sentidos estaban demasiado unidos al ritmo de mi pensamiento en ese momento.
Era imposible seguir una línea de ideas, o hasta responderme simples preguntas lógicas sin divagar. No había nada allí. No había sentimientos en pugna. No había nuevas ideas esperando por ser destrozadas.
Miré la cocina vacía y quieta; observé la ventana, la calle dibujada entre la penumbra y las luces ambarinas. Me sentí sola por un momento. Pero solo duró un instante. Fue un rayo de desconcierto que no se anidó. Por un momento pensé que estaba llena de agujeros, como si cada raíz, de cada emoción, de cada sentimiento, hubiese sido arrancada. No podía ser. Me sentía demasiado entera para estar tan atravesada.
¿Tenía frío, calor sueño, hambre? Nada era mucho, pero tampoco demasiado poco. ¿De que quería hablar?, ¿Por qué no me contestaba? Respiré profundo dos veces, tapándome la luz con las manos en los ojos. Me estaba haciendo muchas preguntas y podía contestar muy pocas.
El único factor hostil en el aura estéril y controlada que me rodeaba, era yo.
Era mi única perturbación.

La sinfonía de sonidos cambiaba, combinándose aleatoriamente.
La brisa de la ventana movía la cortina, pero no se dejaba sentir. Apareció un nuevo grillo que se sumó a la improvisación, y con una resolución espasmódica, terminé el té insípido helado de un trago, como si luego siguiera una cadena de cosas que me llevarían a transformar en algo distinto mi madrugada. Pero solo me quedé inmóvil, como tomando aire luego de un gran esfuerzo, viendo las letras desparramadas en el papel sin renglones, olvidado hace rato. Hablaban de algo que sentía, pero me reí de ellas; no eran muy reales, ya que el sentimiento descripto, casi por seguro, había desaparecido ya.
No era importante de todos modos; ya había perdido su hilo.

M~

La Nana - Historias Vampíricas

-Venga señor. La Nana está esperándolo.
El niño tiró de su manga, queriendo llevarlo.
Estaba solo, en una esquina, en medio de la noche. Había encendido un cigarrillo, y solo miraba los autos pasar. No tenía idea de dónde había salido el niño, andrajoso y sucio, ni de qué estaba hablándole.
-Vamos señor.
Esta vez lo agarró del brazo con más fuerza. Había algo malo con ese niño, a pesar de no aparentar más de 12 años.
Sin notarlo siquiera, ya caminaba con él hacia la boca del subte, siguiéndolo.
Bajaron, y muy pocas personas esperaban aun el último servicio.
-Ahora hay que esperar.
El niño se aproximó al extremo donde la pasarela terminaba, y se abría la oscura boca del túnel.
Tras unos minutos el murmullo hizo su crescendo en la oscuridad, y veloz, apareció la máquina, llevándose las últimas personas que quedaban en la estación. El niño le dijo que no subiera al tren.
Una vez que partió, se hizo el silencio.
El niño bajó a los rieles, y lo llamó con la mano. Se hundió en la negrura del pasaje.
Lo siguió, suspicaz, a ciegas en principio, hasta que sus ojos se habituaron a la penumbra. Avanzaron hasta una ramificación abandonada. Una leve luz, vieja y sucia, iluminaba apenas y le dejaba ver qué hacía el niño.
A unos metros de la entrada al pasillo ramificado, en la pared que ascendía desde los rieles hasta la pasarela, el niño golpeaba una trampilla de hierro.
El sonido de un pasador desde adentro, descorriéndose hizo eco en el corto pasillo.
El niño lo invitó a pasar delante suyo. Un hedor horrendo salía del pasadizo.
Se encontró en un pequeño pasillo, y se veían más luces tenues en el fondo.
Una figura ensombrecida se acercó a recibirlo, y lo acompañó hasta una pequeña mesa, con dos sillas, en el pequeño salón al final del pasillo. La figura no habló hasta no prender todas las velas que había alrededor. Allí, vio el escenario final.
La figura era una mujer, muy anciana y esquelética. Su piel grisácea no hablaba de humanidad alguna. El pelo caía en algunas matas, dispersas, grises y secas. Sus ojos estaban hundidos y eran muy pequeños. Su nariz también era pequeña, entre sus pómulos huesudos, o tal vez, era lo que quedaba de ella. Los labios muy finos apenas dibujaban una ranura larga y torcida.
Lucía un vestido algo raído, negro, que no disfrazaba de ningún modo su contextura descarnada y deteriorada. Esa mujer no podía estar viva, de ningún modo.
Se hallaban en una cámara circular, ahora que la luz le permitía ver lo que lo rodeaba. A los lados otros pasillos se escondían en las penumbras. Pero lo más perturbador eran los cadáveres esqueléticos acomodados en las sillas todo alrededor de la cámara.
Quiso correr, pero su cuerpo solo recibía confusas órdenes aterradas de su mente.
-Perdona sus modales… No están en condición de presentarse. – dijo la mujer, con una voz parecida a un maullido. –Soy la Nana, y estos son mis hijos, Johnny, Louis, Matthew, Carl, Paul y Gregory, y mi marido Henry.
Los señalaba uno a uno a los cadáveres mientras los nombraba, como si pudiesen oírla. Se acercó a acomodar el brazo de uno de los cuerpos, y volvió a su silla con naturalidad.
-Q-qué quiere de mí? – los labios le temblaron, pero al fin pudo hablar.
-Solo charlar unos minutos… - se acercó levemente, como queriendo que su familia no la oyera. –No son muy conversadores…
El terror lo inundó, pero no pudo despegar su atención de las pequeñas perlas negras opacas que tenía esa mujer por ojos.
-Deje que le cuente una historia. No parece apurado.

“Yo nací en algún lugar de Europa. No lo sé con exactitud. Mis padres y la gente que viajaba con ellos estaban en plena ruta hacia América. Crecí viajando, con el resto de la comunidad de inmigrantes soviéticos, soportando penurias, y haciendo trabajo pesado. A los 15 años conocí a Henry, cuando entré a trabajar como criada en su casa, y desde entonces, fuimos inseparables. Si no fuese por él, habría muerto, como los demás, por el frío, por la pobreza, por la tristeza, o por uno de esos desafortunados accidentes que solían tener los inmigrantes soviéticos.
Pero la vida hasta ahí no era más que la dura costumbre de mi gente.
El infierno se desató mucho después. Todo comenzó con Vietnam. Cuando la guerra se desató, la vida cambió irremediablemente para mí y para mi familia. Supongo que es igual para todo americano que se precie de serlo.
En el momento en que mi marido anunció su partida, mis hijos, todos en edad de seguirlo, lo apoyaron, y se unieron a su plan. Para ese entonces, eran todo lo que tenía. Hacía 25 años que vivía con mi marido, y había parido a los seis muchachitos que compartían su cabello rubio y sus ojos azules. Era imposible soportar la perdida.
Pero siempre me dijeron que yo era una mujer muy decidida. Así que partí con ellos. Me uní a la cruz roja y partí a la guerra con mi familia. ¿Qué más iba a hacer?, ¿Quedarme sola en este país, una mujer soviética sola?
La guerra terminó de endurecerme. He visto allí cosas innombrables.
Allí conocí a Ambrosii. La noche apenas caía cuando lo trajeron a la tienda donde estaba yo creí que eso era lo peor que vería en mi vida. La carne acribillada de su rostro parecía ya en descomposición, y su cuerpo no contaba una mejor historia. Lo cuidé individualmente, aun sabiendo que no viviría mucho. Aun a pesar de su estado habló conmigo, aunque fueron pocas palabras. Al día siguiente no lo vi, y hasta me pareció lógico, dadas sus heridas.
Pero para mi sorpresa, Ambrosii continuaba apareciendo noche tras noche, y yo curaba sus heridas, tanto como podía.
Era un hombre de pocas palabras, pero por lo que pude saber, tenía un refugio cerca de allí, donde permanecía durante el día, sabiendo que estábamos cada vez más atareadas, con heridos que no paraban de llegar.
Con el tiempo se volvió mi mejor compañía. No comprendía muchas cosas acerca de él, pero era una guerra, y era una tienda de la cruz roja. Uno no pierde el tiempo con muchas preguntas. Pero no dejaba de darme vueltas en la cabeza. El estado de su rostro era crítico. Tenía una pierna mala, y una mano tullida. Y aun así, se sentaba con naturalidad y hablaba conmigo sin demostrar ni el más mínimo signo de dolor.
Y estuvo allí también para apoyarme en mi dolor cuando llegó Henry, y mientras agonizó dos noches hasta morir. Y aun estuvo allí cuando uno a uno llegaron mis muchachos; primero Gregory, el menor y menos experimentado; luego Paul y Johnny, después Carl y Louis. Matthew desapareció.
Ambrosii los veló conmigo, y volvía cada noche a apoyarme, y compartir conmigo su deforme sonrisa llena de horror.
Cuando comenzó a correr el rumor sobre el fin de la guerra, insistió en que lo acompañara a su refugio. Quería enseñarme algo antes de que me fuera.
Lo acompañe una noche, después de la cena. Se trataba de una vieja casa de piedra, casi destruida.
Hablamos durante muchas horas esa noche, sentados a solas, en la penumbra de la pequeña salita. Habló como nunca; mi coraje, mi dolor, mi pérdida lo conmovía profundamente.
Mientras sus palabras se sucedían, mis parpados se hicieron más y más pesados. Me consumió un estupor extraño, una somnolencia artificial, apresurada.
Cuando desperté, sentí que nada era lo mismo, pero no hallé palabras para tratar de expresarme. Había pasado muchas cosas, con lo cuál no temía a la muerte; pero esto se sentía lejano a la muerte. Mucho más complejo. Como una metamorfosis.
Tras este pensamiento que me invadió al despertar, Ambrossi apareció a mi lado.”

-Y así es como, en un proceso similar al que transforma una oruga en mariposa, mi cuerpo se degradó, haciéndome descubrir mi rostro y mi cuerpo destrozados, como si el mundo enorme que sentía en mi interior se hubiese alimentado de él. Regresamos con Ambrosii a América, y lo demás… perdió importancia.
Ninguno de los dos se movió por un segundo.
-Ambrosii me dejó para cuidar la información aquí. Y tu guardas mucha información ahora… La información es poder, ¿sabes? Y más aun para nuestra estirpe…
-Pero… - su voz tembló. – ¿De qué estirpe me habla?
-Eso… es algo que no podrás averiguar jamás…

M~

Ensueño

No tengo casi nada que decir al respecto. Habla mucho por sí solo.

Ensueño

Desperté en la tibieza. Envuelta en la suavidad de la mañana, en la penumbra arrulladora.
Sentí el aliento pausado de su respiración en mi pecho, y su pelo sobre mi hombro y mi brazo.
Dormía profundamente, mientras su mente vagaba por algún lejano mundo de ensueños, sin perturbarlo como lo perturbaban las contrariedades de la realidad. Era el príncipe de algún mundo invisible, donde era feliz, y donde se hallaba en su hogar; por eso era bello mientras dormía.
Sus brazos me rodeaban sin fuerza, y sus pies suaves se rozaban con los míos, y todo era calma.
Estaba como rendido, pero no derrotado. Estaba en paz.
Era una visión hermosa la de su pelo revuelto con gracia, su ceño relajado, y los labios apenas entreabiertos, como cuando cantaba en susurros.
Sus cejas, un arco magnífico. Su nariz serpentina. Las pestañas oscuras, contra sus párpados pálidos.
Acaricié su desnudes, entre su cintura y su brazo; la piel lisa corría suave contra mis dedos. Seguí la línea de su brazo sobre mí, hasta su hombro relajado ahora, sin pesos que cargar.
Su delicioso cuello, en el cuál me había perdido durante horas antes de dormir. La silueta dura de su mandíbula, tan bien esculpida, tan seductora.
Peiné con los dedos un mechón de pelo detrás de su oreja. Dibujé con una leve caricia sus cejas, y el perfil de su nariz. Rocé sus labios, que me habían besado hasta el amanecer.
Estando tan cerca podía sentir incluso los latidos de su corazón, contra mis costillas. Tan cálido, tan vivo. Tan real.
Abrió los ojos, mientras lo observaba, y sonrió levemente. Nada en el mundo podía perturbarme. Ningún dolor podía ya tapar lo que despertaba esa pequeña y aniñada sonrisa somnolienta.
Se acomodó apenas, abrazándome, y me besó el hombro, antes de quedarse con sus ojos clavados en los míos. Esos ojos que me hechizaban aun más que el resto de sus detalles.
Lo único que quise en el mundo, fue ponerle pausa al tiempo. Quedarme eternamente en la quietud, nadando en esa mirada.
Cerró sus ojos nuevamente y se deslizó al mundo donde reinaba y era feliz. Acaricié lentamente su pelo, mientras trataba de ignorar la lágrima que caía por mi mejilla. No era de tristeza. Era la lágrima que uno derrama cuando regresa a su hogar.
Besé su frente, y se sonrió sin abrir los ojos.
Cerré mis ojos también, sintiéndome satisfecha, llena de dicha.
No había vicisitudes que llenaran de miedo mi sueño.
No había melancolía.

Desperté en la cama vacía. La oscuridad fría lo llenaba todo, y el silencio alrededor me golpeó. Mis ojos vacíos se pasearon por la cama.
No había consuelo.

Esta Noche

Tenía ganas de subir algo, pero no tengo nada terminado. Tendría que pensar menos y escribir más, o encadenarme al papel...
Por ahora esto, de hace un mes y pico atras. Perfecto reflejo de cómo terminé el año.-

Esta Noche

De qué se trata tu conciencia esta noche?
Se llena tu cabeza de imagenes de un cuerpo raramente conocido
De el tacto de una piel deliciosa
Deliciosa y venenosa
Quien te tortura esta noche?
Viejas musas de cartón encerradas en portarretratos
Mofandose de tu rostro cambiante
Entre el horror de las horas que no dejan de pasar
Y la magia de una vida impensada por algunos genios.
No se ve el miedo
Pero se caen las frases entre tarareos distraidos
Dios sabe cuánto te esforzaste esta noche?
Unos ojos enrojecidos
De lagrimas o de excesos
Son los que lo juzgaran, y tal vez no importe realmente
Tus cicatrices que son mías, y las mías que son tuyas
Brillan a luz de la Luna
En medio de la tormenta de pasiones.
De que hablan las canciones esta noche?

M~

Memorias de Kanako, clan de la avispa


Dos Ronin

No recuerdo ya cuántos años llevamos vagando. No recuerdo con seguridad qué éramos antes. Las historias que Tetsu inventaba en las noches, en los bosques, comenzaron a mezclarse con mi pasado real. Le gustaba convertirme en algún ser especial en sus cuentos.
Llevábamos una vida muy infantil, entre risas y juegos en los bosques y los caminos. Cada pequeña hazaña, la convertíamos en una gran historia, una leyenda llena de agregados tan grandiosos como ficticios. Yendo de pueblo en pueblo, de una ciudad más chica a una más grande, ganando unos pocos kokus por encontrar a un bandido, por recuperar a la hija de algún Señor, por resolver algo irresoluto. A veces lo hacíamos solo por la comida de unos días. Otras, solo por una montura, o el resguardo ante una tormenta. Sino, pasábamos los días andando los caminos, acampando en el bosque o en las rocas, o a la sombra de alguna empalizada.
El sol, el frío, la lluvia, se volvieron nuestros confidentes, y hasta casi nuestros compañeros. Aprendimos a quererlos. A respetarlos. A seguir adelante a pesar de ellos. Y en mi mente aun infantil, a jugar con ellos, y a ver las maravillas con ojos de niño.
No había visto aun la crueldad, la mentira, el engaño. No conocía la crudeza.
Solo con los años fui testigo de todo ello, pero como algo lejano. Algo que nunca sería parte de mí.
Tal vez por eso Tetsu y yo éramos tan distintos.
Vivir al margen, y ser un simple servidor tal vez no era lo mejor, ni lo más honorable, pero era nuestro destino, siempre decía él. Nacimos así, y tal vez moriríamos así. Pero lo cierto es que aprendimos nuestra lección de humildad, y algunas más, mientras jugábamos nuestro papel. La justicia se convirtió, para nosotros, en algo impuesto, relativo y ajeno. Pero nuestros principios nunca fueron distintos a los de ellos. Por eso, decía Tetsu, buscaba redimirse de su condición.
Muchos caminaron con nosotros, y terminaron por irse. Muchos compartieron años con nosotros, pero siempre terminaban por irse. Éramos solo nosotros, sin un principio, y sin un final, caminando los paisajes Escorpión, esquivando trampas; andando las tierras León, aprendiendo a callarnos y asentir, y a soportar las miradas de desprecio; recorriendo los pueblos Cangrejo, admirando su fiereza, su fuerza y determinación. Todos tienen una lección por enseñar. Y nosotros, como espectadores del mundo, sabíamos convertirlas en cuentos.
Pero no todo lo que viste y recita es necesariamente honesto. Y no aprendimos eso, en nuestra ingenuidad, hasta ingresar en tierras Grulla.

El final y el principio
Los caminos del clan de la Grulla no fueron ni tan indulgentes, ni tan severos con nosotros. Compartimos el viaje con algunos monjes, lo cuál hacía de la travesía un paseo más interesante. Los pueblos se volvían más ricos a medida que nos internábamos en el clan. En cada lugar parecía haber más problemas, más bandidos, o acaso esos ladrones estaban cada vez más implicados en algo más que su propia ganancia. Pero muchas veces tampoco escatimaban en sus recompensas, por lo que no preguntábamos y solo obedecíamos al Señor de turno que necesitara de nosotros.
Y todo iba medianamente bien, hasta que llegamos a Kyuden Doji.
Magnífico palacio como nunca habíamos visto. Creímos estar ante el mismo hogar del Emperador. Jardines grandes como pueblos enteros, templos preciosos, y toda la belleza necesaria para sentirse en la cima del mundo. Más allá, el Sol ocultándose en el mar, dando al palacio una majestuosidad casi imposible de imaginar. Era el producto de imaginar un lugar perfecto, lleno de goce.
Estuve días ensimismada mirando todo a mi alrededor, sin querer creer que ese lugar era verdadero.
Fue fruto de muchas historias, en las que Tetsu construía ese mundo de ensueño para mí.
Era innegable que seguíamos siendo dos niños.
Y como era de esperarse, pronto un cortesano necesitó quien se ensuciara las manos por él. Y allí estábamos nosotros, extraña casualidad. Y también fue una increíble coincidencia, que un maestro de caravanas necesitara protección para una carga especial que llevaba.
Me encargué, sin pensarlo demasiado, del comerciante, ya que no se me daban bien las palabras, o al menos no tanto como a Tetsu.
Cuando regresé, después de mi travesía con la caravana, Tetsu estaba preocupado.
Agradecía no haberme involucrado en ese trabajo, pero nunca me explicaba por qué. Solo se pasaba todo el tiempo tenso, perturbado, mirando las sombras.
Lo poco que le pude sonsacar fue que los crímenes que le mandaron a investigar eran una cuestión política, que involucraba nombres e información que no podía ser divulgada.
Pronto tuvimos que huir. Y comenzó la pesadilla. Tetsu completó su trabajo, sin importarle la inocencia o culpabilidad real de su victima. Solo hizo su trabajo.
Los bosques y los caminos dejaron de ser nuestro hogar. Las horas nocturnas se tornaban largas, y el miedo llenaba las sombras a nuestro alrededor.
Los ataques de otros bandidos, enviados por los Doji se hicieron diarios. Y no lográbamos salir de sus tierras. Comenzamos a vivir para huir, y a huir para vivir.
Ahí comprendí que el mundo no era un cuento. Que en él había lugar para todo, si podía cubrirse con la apariencia de un buen principio.
Luego, como una serie de eventos que se arremolinan en mi memoria, hirieron a Tetsu. La furia dominó un alma llena de inocencia.
Mucha sangre se derramó esos días. Muchos grullas, muchos bandidos, muchos, cayeron bajo mi mano. Y Tetsu ya casi no podía pelear.
Nos acercábamos a la frontera Sur. Y a una noche, que sería definitiva.
Esa noche, mientras me escondía entre los árboles, viendo el avance inminente de nuestros atacantes, Tetsu me dijo que planeaba huir. No quería condenarme.
No lo entendí en ese momento. Pero no pude tampoco oponerme. Él necesitaba paz, y curación. Estábamos en el lugar indicado para ello. En el sur, entre los montes estaría más seguro, y podría llegar a tierras más seguras.
Cubrí su retirada toda la noche. La cantidad de hombres no me permitían enfrentarlos, así que entre los árboles, usando el Yumi de Tetsu, los retrasé durante muchas horas. Durante el alba, muchos desistieron de la búsqueda, y salieron del bosque. Todos, menos uno.
Una cara conocida se iluminó con la Luna, entre las ramas del árbol donde me escondía. El hombre que había dirigido varias veces la caza de Tetsu. Kakita Yoshi.
No había tiempo para enfrentarlo. Mi cuerpo no aguantaba. Y el resto de los hombres estaban aun cerca, y acudirían ante su llamado. No iba a conformarme con herirlo con una flecha.

Una Avispa

Esa noche huí. También hacia el Sur, esperanzada de alcanzar a Tetsu. Pero mi camino, en algún punto, se torció. Me interné en las montañas. El camino rudo, reflejando la realidad de los hechos endureció mi corazón. Durante días y días las lágrimas fluyeron por mis ojos.
Para cuando descendí la última ladera, teniendo a la vista un palacio, era otra persona.
El severo camino que tomé instintivamente no fue casual. Apenas supe dónde había llegado supe que el destino me había guiado.
Kyuden Ashinagabachi era el lugar más preciso al cuál llegar.
Me recibió un hombre, que se presentó como Mukami. Hablé con sinceridad de mis intensiones, y pareció haber comprendido, porque me permitió ingresar.
Llegué dispuesta a hablar con Tsuruchi, y sonrió todo el tiempo mientras le contaba mi historia.
“Traes contigo un buen augurio” dijo, después de un breve silencio, cuando terminé de hablar, mientras dejaba mis ojos fijos en el suelo.
Al otro día sería el torneo del día de la Avispa. Había llegado al lugar correcto, el día correcto.
No participé con gran emoción, ni nerviosismo, sino con una gran determinación. Hasta el desafío con el mismo Tsuruchi fue más que una competencia. Fue mi primera lección. Al final del día, estaba entre los 5 elegidos.
Los meses siguientes se llenaron de entrenamientos, y de largas charlas con Mukami, acerca del honor, de la traición, y de nuestro lugar en el mundo.
Al pasar el año, en el festival del día de la Avispa, a un año de mi llegada, todo se vistió de fiesta. Había un ápice de alegría en mi alma, que creía perdida.
Sin dudarlo juré lealtad a aquel clan, y aquel hombre que entendía como yo, el significado de la traición venida de hombres rebosantes de palabras bonitas y de sentimientos altruistas. Conocía el peso de la mentira, de las apariencias. Y más que nada, juré lealtad al clan que me acogió cuando había perdido todo lo que tenía.
Sentí realmente el significado de partir mi katana. Sentí realmente mi nuevo nacimiento. Había cumplido la voluntad de Tetsu, de encontrar un nuevo camino, una nueva escuela. Esté donde esté, vivo o muerto, estaría feliz de saberlo.
Muchos aspectos superficiales no cambiaron. Seguí cazando bandidos, y trabajando cuál mercenario, para distintos Señores. Pero por dentro, ahora sabía que sí respondía a alguien, y que estaba respaldada.
Cuando volví a salir a los caminos, me enteré que en algunos lugares aun resonaban nuestros nombres. Algunos aun no habían pagado por su crimen.
Ahora recorro los caminos, orgullosa del clan que me recibió, portando su mon, y venerando sus enseñanzas. Esperando el momento indicado para ir en busca de Kakita Yoshi, y con la gran esperanza de encontrar a Tetsu, en algún bosque, contando una nueva historia.

Memorias de Kanako, clan de la avispa.

Porlan Post Post Porlan

Esto está fuera de programa. Fuera de las reglas.

"En mi vida hay cosas amenazantes. Necesito decirselo al mundo"

Abstinencia

El desesperante y febril sonido del despertador comenzó aquel día de pesadilla. Si hubiese sido un mal sueño en el cual no podía escribir, o, no sé, me quedara sin manos, no hubiese sido tan terrible; no hubiese sido, después de todo, más que un mal sueño.
Me vestí con la particular aprehensión que nos mueve cuando tocamos el suelo frío con los pies. Había una serie de cosas que odiaba de las mañanas, además de a ellas mismas, pero no dejaba de hacerlas porque las creía causantes de otra serie de eventos necesarios.
Preparé el primer café del día. Eran las 9, y el calendario me informaba amenazante que era 26 de enero; lo terrible de ese calendario, lo que lo hacía monstruoso eran las 11 cruces rojas.
“Once días y ni una palabra”.
Con amargura y un marcador rojo, completé la docena.

~ • ~

El día 11 fue un tanto distinto. Me costó amanecer y no tomé conciencia del día y de mi estado, hasta entrada la tarde. El día estaba nublado y amenazante, y funcioné monótonamente, repitiendo automáticamente la misma rutina. Todos días eran lo mismo, excepto cuando tomaba conciencia de esa rutina; pero el no notarla era un tanto anormal, y el no sentirme miserable desde el abrir de mis ojos contaba como diferencia. El haber tomado solo un café en la mañana contaba, definitivamente como una diferencia.
Cuando salí a la calle, las gotas frías de la llovizna se sintieron como pinchazos fríos. Al pensar en esa metáfora me sentí mal. Estaba cayendo en el tradicionalismo de las expresiones, como si escribiera poesía un alumno promedio de secundario. No niego que allí puedan encontrarse mentes geniales, pero descreo bastante del contenido de las clases de Literatura, y más aun del florecimiento de poetas en esas escuelas.
Fue este también el instante preciso para recordar mi mal abominable. No es que ese día haya sido menos notorio, porque de él eran consecuencia los demás males; seguramente, incluso la lluvia. Esta era el factor terrible, porque generalmente atraía la inspiración. Si tenía que llamar inspiración a lo que pasaba por mi mente en ese momento, estaba todo perdido.
Pero decía, salí a la lluvia que apenas mojaba, pero me hacía parpadear de un modo gracioso. Tomé el transporte público, y pronto se llenó de ese olor a colonia barata que marea.
“Dudo que haya mujer en este mundo a quien agrade ese tipo”. Después de todo, era lo que hacía que me sintiera como en casa. Es la fuerza del acondicionamiento al que nos lleva la costumbre.
Saqué las hojas y el lápiz, las acomodé de modo casi ritual y esperé.
Las ideas fluyeron mientras miraba la lluvia, mezclada con el paisaje gris de la ciudad, y oyendo el viento en mis oídos. Mi mente gritaba y corría tan rápido que pensé que todos podían oírla. Pasaban como una galería las temáticas, las letras, ideas y frases, y todo parecía tan bueno como siempre en un primer momento.
Pero después de 40 minutos cuando bajé los ojos a la hoja, solo veía los gotones, las marcas que la lluvia había dejado, incluso con relieves. Lo que no vi fueron mis marcas. La hoja seguía sin marcas de lápiz que contaran o dejaran registro de todo lo que había pasado por mi mente.