Memorias de Kanako, clan de la avispa


Dos Ronin

No recuerdo ya cuántos años llevamos vagando. No recuerdo con seguridad qué éramos antes. Las historias que Tetsu inventaba en las noches, en los bosques, comenzaron a mezclarse con mi pasado real. Le gustaba convertirme en algún ser especial en sus cuentos.
Llevábamos una vida muy infantil, entre risas y juegos en los bosques y los caminos. Cada pequeña hazaña, la convertíamos en una gran historia, una leyenda llena de agregados tan grandiosos como ficticios. Yendo de pueblo en pueblo, de una ciudad más chica a una más grande, ganando unos pocos kokus por encontrar a un bandido, por recuperar a la hija de algún Señor, por resolver algo irresoluto. A veces lo hacíamos solo por la comida de unos días. Otras, solo por una montura, o el resguardo ante una tormenta. Sino, pasábamos los días andando los caminos, acampando en el bosque o en las rocas, o a la sombra de alguna empalizada.
El sol, el frío, la lluvia, se volvieron nuestros confidentes, y hasta casi nuestros compañeros. Aprendimos a quererlos. A respetarlos. A seguir adelante a pesar de ellos. Y en mi mente aun infantil, a jugar con ellos, y a ver las maravillas con ojos de niño.
No había visto aun la crueldad, la mentira, el engaño. No conocía la crudeza.
Solo con los años fui testigo de todo ello, pero como algo lejano. Algo que nunca sería parte de mí.
Tal vez por eso Tetsu y yo éramos tan distintos.
Vivir al margen, y ser un simple servidor tal vez no era lo mejor, ni lo más honorable, pero era nuestro destino, siempre decía él. Nacimos así, y tal vez moriríamos así. Pero lo cierto es que aprendimos nuestra lección de humildad, y algunas más, mientras jugábamos nuestro papel. La justicia se convirtió, para nosotros, en algo impuesto, relativo y ajeno. Pero nuestros principios nunca fueron distintos a los de ellos. Por eso, decía Tetsu, buscaba redimirse de su condición.
Muchos caminaron con nosotros, y terminaron por irse. Muchos compartieron años con nosotros, pero siempre terminaban por irse. Éramos solo nosotros, sin un principio, y sin un final, caminando los paisajes Escorpión, esquivando trampas; andando las tierras León, aprendiendo a callarnos y asentir, y a soportar las miradas de desprecio; recorriendo los pueblos Cangrejo, admirando su fiereza, su fuerza y determinación. Todos tienen una lección por enseñar. Y nosotros, como espectadores del mundo, sabíamos convertirlas en cuentos.
Pero no todo lo que viste y recita es necesariamente honesto. Y no aprendimos eso, en nuestra ingenuidad, hasta ingresar en tierras Grulla.

El final y el principio
Los caminos del clan de la Grulla no fueron ni tan indulgentes, ni tan severos con nosotros. Compartimos el viaje con algunos monjes, lo cuál hacía de la travesía un paseo más interesante. Los pueblos se volvían más ricos a medida que nos internábamos en el clan. En cada lugar parecía haber más problemas, más bandidos, o acaso esos ladrones estaban cada vez más implicados en algo más que su propia ganancia. Pero muchas veces tampoco escatimaban en sus recompensas, por lo que no preguntábamos y solo obedecíamos al Señor de turno que necesitara de nosotros.
Y todo iba medianamente bien, hasta que llegamos a Kyuden Doji.
Magnífico palacio como nunca habíamos visto. Creímos estar ante el mismo hogar del Emperador. Jardines grandes como pueblos enteros, templos preciosos, y toda la belleza necesaria para sentirse en la cima del mundo. Más allá, el Sol ocultándose en el mar, dando al palacio una majestuosidad casi imposible de imaginar. Era el producto de imaginar un lugar perfecto, lleno de goce.
Estuve días ensimismada mirando todo a mi alrededor, sin querer creer que ese lugar era verdadero.
Fue fruto de muchas historias, en las que Tetsu construía ese mundo de ensueño para mí.
Era innegable que seguíamos siendo dos niños.
Y como era de esperarse, pronto un cortesano necesitó quien se ensuciara las manos por él. Y allí estábamos nosotros, extraña casualidad. Y también fue una increíble coincidencia, que un maestro de caravanas necesitara protección para una carga especial que llevaba.
Me encargué, sin pensarlo demasiado, del comerciante, ya que no se me daban bien las palabras, o al menos no tanto como a Tetsu.
Cuando regresé, después de mi travesía con la caravana, Tetsu estaba preocupado.
Agradecía no haberme involucrado en ese trabajo, pero nunca me explicaba por qué. Solo se pasaba todo el tiempo tenso, perturbado, mirando las sombras.
Lo poco que le pude sonsacar fue que los crímenes que le mandaron a investigar eran una cuestión política, que involucraba nombres e información que no podía ser divulgada.
Pronto tuvimos que huir. Y comenzó la pesadilla. Tetsu completó su trabajo, sin importarle la inocencia o culpabilidad real de su victima. Solo hizo su trabajo.
Los bosques y los caminos dejaron de ser nuestro hogar. Las horas nocturnas se tornaban largas, y el miedo llenaba las sombras a nuestro alrededor.
Los ataques de otros bandidos, enviados por los Doji se hicieron diarios. Y no lográbamos salir de sus tierras. Comenzamos a vivir para huir, y a huir para vivir.
Ahí comprendí que el mundo no era un cuento. Que en él había lugar para todo, si podía cubrirse con la apariencia de un buen principio.
Luego, como una serie de eventos que se arremolinan en mi memoria, hirieron a Tetsu. La furia dominó un alma llena de inocencia.
Mucha sangre se derramó esos días. Muchos grullas, muchos bandidos, muchos, cayeron bajo mi mano. Y Tetsu ya casi no podía pelear.
Nos acercábamos a la frontera Sur. Y a una noche, que sería definitiva.
Esa noche, mientras me escondía entre los árboles, viendo el avance inminente de nuestros atacantes, Tetsu me dijo que planeaba huir. No quería condenarme.
No lo entendí en ese momento. Pero no pude tampoco oponerme. Él necesitaba paz, y curación. Estábamos en el lugar indicado para ello. En el sur, entre los montes estaría más seguro, y podría llegar a tierras más seguras.
Cubrí su retirada toda la noche. La cantidad de hombres no me permitían enfrentarlos, así que entre los árboles, usando el Yumi de Tetsu, los retrasé durante muchas horas. Durante el alba, muchos desistieron de la búsqueda, y salieron del bosque. Todos, menos uno.
Una cara conocida se iluminó con la Luna, entre las ramas del árbol donde me escondía. El hombre que había dirigido varias veces la caza de Tetsu. Kakita Yoshi.
No había tiempo para enfrentarlo. Mi cuerpo no aguantaba. Y el resto de los hombres estaban aun cerca, y acudirían ante su llamado. No iba a conformarme con herirlo con una flecha.

Una Avispa

Esa noche huí. También hacia el Sur, esperanzada de alcanzar a Tetsu. Pero mi camino, en algún punto, se torció. Me interné en las montañas. El camino rudo, reflejando la realidad de los hechos endureció mi corazón. Durante días y días las lágrimas fluyeron por mis ojos.
Para cuando descendí la última ladera, teniendo a la vista un palacio, era otra persona.
El severo camino que tomé instintivamente no fue casual. Apenas supe dónde había llegado supe que el destino me había guiado.
Kyuden Ashinagabachi era el lugar más preciso al cuál llegar.
Me recibió un hombre, que se presentó como Mukami. Hablé con sinceridad de mis intensiones, y pareció haber comprendido, porque me permitió ingresar.
Llegué dispuesta a hablar con Tsuruchi, y sonrió todo el tiempo mientras le contaba mi historia.
“Traes contigo un buen augurio” dijo, después de un breve silencio, cuando terminé de hablar, mientras dejaba mis ojos fijos en el suelo.
Al otro día sería el torneo del día de la Avispa. Había llegado al lugar correcto, el día correcto.
No participé con gran emoción, ni nerviosismo, sino con una gran determinación. Hasta el desafío con el mismo Tsuruchi fue más que una competencia. Fue mi primera lección. Al final del día, estaba entre los 5 elegidos.
Los meses siguientes se llenaron de entrenamientos, y de largas charlas con Mukami, acerca del honor, de la traición, y de nuestro lugar en el mundo.
Al pasar el año, en el festival del día de la Avispa, a un año de mi llegada, todo se vistió de fiesta. Había un ápice de alegría en mi alma, que creía perdida.
Sin dudarlo juré lealtad a aquel clan, y aquel hombre que entendía como yo, el significado de la traición venida de hombres rebosantes de palabras bonitas y de sentimientos altruistas. Conocía el peso de la mentira, de las apariencias. Y más que nada, juré lealtad al clan que me acogió cuando había perdido todo lo que tenía.
Sentí realmente el significado de partir mi katana. Sentí realmente mi nuevo nacimiento. Había cumplido la voluntad de Tetsu, de encontrar un nuevo camino, una nueva escuela. Esté donde esté, vivo o muerto, estaría feliz de saberlo.
Muchos aspectos superficiales no cambiaron. Seguí cazando bandidos, y trabajando cuál mercenario, para distintos Señores. Pero por dentro, ahora sabía que sí respondía a alguien, y que estaba respaldada.
Cuando volví a salir a los caminos, me enteré que en algunos lugares aun resonaban nuestros nombres. Algunos aun no habían pagado por su crimen.
Ahora recorro los caminos, orgullosa del clan que me recibió, portando su mon, y venerando sus enseñanzas. Esperando el momento indicado para ir en busca de Kakita Yoshi, y con la gran esperanza de encontrar a Tetsu, en algún bosque, contando una nueva historia.

Memorias de Kanako, clan de la avispa.

Porlan Post Post Porlan

Esto está fuera de programa. Fuera de las reglas.

"En mi vida hay cosas amenazantes. Necesito decirselo al mundo"

Abstinencia

El desesperante y febril sonido del despertador comenzó aquel día de pesadilla. Si hubiese sido un mal sueño en el cual no podía escribir, o, no sé, me quedara sin manos, no hubiese sido tan terrible; no hubiese sido, después de todo, más que un mal sueño.
Me vestí con la particular aprehensión que nos mueve cuando tocamos el suelo frío con los pies. Había una serie de cosas que odiaba de las mañanas, además de a ellas mismas, pero no dejaba de hacerlas porque las creía causantes de otra serie de eventos necesarios.
Preparé el primer café del día. Eran las 9, y el calendario me informaba amenazante que era 26 de enero; lo terrible de ese calendario, lo que lo hacía monstruoso eran las 11 cruces rojas.
“Once días y ni una palabra”.
Con amargura y un marcador rojo, completé la docena.

~ • ~

El día 11 fue un tanto distinto. Me costó amanecer y no tomé conciencia del día y de mi estado, hasta entrada la tarde. El día estaba nublado y amenazante, y funcioné monótonamente, repitiendo automáticamente la misma rutina. Todos días eran lo mismo, excepto cuando tomaba conciencia de esa rutina; pero el no notarla era un tanto anormal, y el no sentirme miserable desde el abrir de mis ojos contaba como diferencia. El haber tomado solo un café en la mañana contaba, definitivamente como una diferencia.
Cuando salí a la calle, las gotas frías de la llovizna se sintieron como pinchazos fríos. Al pensar en esa metáfora me sentí mal. Estaba cayendo en el tradicionalismo de las expresiones, como si escribiera poesía un alumno promedio de secundario. No niego que allí puedan encontrarse mentes geniales, pero descreo bastante del contenido de las clases de Literatura, y más aun del florecimiento de poetas en esas escuelas.
Fue este también el instante preciso para recordar mi mal abominable. No es que ese día haya sido menos notorio, porque de él eran consecuencia los demás males; seguramente, incluso la lluvia. Esta era el factor terrible, porque generalmente atraía la inspiración. Si tenía que llamar inspiración a lo que pasaba por mi mente en ese momento, estaba todo perdido.
Pero decía, salí a la lluvia que apenas mojaba, pero me hacía parpadear de un modo gracioso. Tomé el transporte público, y pronto se llenó de ese olor a colonia barata que marea.
“Dudo que haya mujer en este mundo a quien agrade ese tipo”. Después de todo, era lo que hacía que me sintiera como en casa. Es la fuerza del acondicionamiento al que nos lleva la costumbre.
Saqué las hojas y el lápiz, las acomodé de modo casi ritual y esperé.
Las ideas fluyeron mientras miraba la lluvia, mezclada con el paisaje gris de la ciudad, y oyendo el viento en mis oídos. Mi mente gritaba y corría tan rápido que pensé que todos podían oírla. Pasaban como una galería las temáticas, las letras, ideas y frases, y todo parecía tan bueno como siempre en un primer momento.
Pero después de 40 minutos cuando bajé los ojos a la hoja, solo veía los gotones, las marcas que la lluvia había dejado, incluso con relieves. Lo que no vi fueron mis marcas. La hoja seguía sin marcas de lápiz que contaran o dejaran registro de todo lo que había pasado por mi mente.