Soledad

Cuando uno pierde hilo de la vida, solo de entrega al sucederse de hechos. Me encontré a las 4 de la mañana, indagando en rincones polvorientos de mi mente. Hacía allí mismo vamos.

Dos pequeñas señales me trajeron de nuevo la conciencia a este espacio-tiempo conocido. Primero, el cese del canto, tan rítmico del grillo, que como un monótono arrullo me mantenía sumida en el trance de vaya uno a saber qué fantasía.
El aire se aquietó entonces, y los oídos se me llenaron de ese silencio hueco que tan triste me pone, en ocasiones. Luego fue interrumpido por la creciente insistencia en advertir, del agua hirviendose. Me levanté lenta y silenciosa, para no romper la quietud. El olor al té de duraznos lo invadió todo, y del humo, apurado por separarse de su superficie, se formaron sus fantasmas, y se transformaron los ambientes. Por un instante, sentada en la mesa de la cocina, fui testigo de escenas del pasado, memorias contenidas en el aroma de la infusión. Un antiguo amor bebía sorbos de café, desde la ventana, equilibrando la taza mientras gesticulaba las explicaciones de sus teorías. En la misma ventana me veía tomando ese té y fumando amargamente, helada, en un amanecer, viéndolo irse, sin una despedida. Y enfrente mío, con el humo en la barbilla, un viejo amigo me miraba con ojitos brillantes. El ruido de la heladera los esfumó a todos al comenzar, y mi suspiro sonó más como una queja.
Revolví mi bebida, esperando ver algo más detrás de su transparencia pálida; pero solo resurgieron el andar del reloj, el ruido de la calle y mi compañero, el grillo. Me sonreí, y noté la leve tibieza de la lámpara en mis párpados. Cerré los ojos y me entregué al divagar de mi mente, con el coro del reloj, la heladera y el grillo como conexión con este espacio tiempo conocido.

Un trago más de té, ya casi frío, y un par de palabras más garabateadas sobre el papel sin renglones. Con un poco de pesar, cedí a la realidad; mis sentidos estaban demasiado unidos al ritmo de mi pensamiento en ese momento.
Era imposible seguir una línea de ideas, o hasta responderme simples preguntas lógicas sin divagar. No había nada allí. No había sentimientos en pugna. No había nuevas ideas esperando por ser destrozadas.
Miré la cocina vacía y quieta; observé la ventana, la calle dibujada entre la penumbra y las luces ambarinas. Me sentí sola por un momento. Pero solo duró un instante. Fue un rayo de desconcierto que no se anidó. Por un momento pensé que estaba llena de agujeros, como si cada raíz, de cada emoción, de cada sentimiento, hubiese sido arrancada. No podía ser. Me sentía demasiado entera para estar tan atravesada.
¿Tenía frío, calor sueño, hambre? Nada era mucho, pero tampoco demasiado poco. ¿De que quería hablar?, ¿Por qué no me contestaba? Respiré profundo dos veces, tapándome la luz con las manos en los ojos. Me estaba haciendo muchas preguntas y podía contestar muy pocas.
El único factor hostil en el aura estéril y controlada que me rodeaba, era yo.
Era mi única perturbación.

La sinfonía de sonidos cambiaba, combinándose aleatoriamente.
La brisa de la ventana movía la cortina, pero no se dejaba sentir. Apareció un nuevo grillo que se sumó a la improvisación, y con una resolución espasmódica, terminé el té insípido helado de un trago, como si luego siguiera una cadena de cosas que me llevarían a transformar en algo distinto mi madrugada. Pero solo me quedé inmóvil, como tomando aire luego de un gran esfuerzo, viendo las letras desparramadas en el papel sin renglones, olvidado hace rato. Hablaban de algo que sentía, pero me reí de ellas; no eran muy reales, ya que el sentimiento descripto, casi por seguro, había desaparecido ya.
No era importante de todos modos; ya había perdido su hilo.

M~