Carta nº 41

Octubre 2010

Esta carta es inesperada. Hace 11 meses que se puso el punto final y se levantó el lápiz de la número 40, y en ese momento, no imaginaba que iba a ser la última. Lo fue por algún tiempo, al menos.
Qué extraño el sucederse de los hechos. Qué inesperados, mas felizmente recibidos. De ahí que esta carta no sea bienvenida, y, aunque inesperada, un tanto planificada.
Hace semanas que sé que este es un paso necesario de alguna manera, para esta prueba. Pero después de 40 cartas interrumpidas, ¿a quién no lo consume cierta resistencia al inevitable hecho de que es tiempo de una nueva?
Es un nuevo octubre, es un nuevo tiempo; un momento, solo espero.
Como alguna vez te dije, pasa el tiempo tras tu ventana, y las letras siguen siendo solo letras. Y agrego ahora, ¡tan cambiadas!
Y es que... es difícil empezar otra vez. Hay un sentimiento de desolación que no es el mismo, una resignación vaga. Hay mucha duda, y durante el último mes, mucha inacción. Porque es un misterio lo que vendrá, pero enmarcado en ciertos parámetros.
No puedo refugiarte ya en la muerte. No puedo ya evitarte. No puedo, más aun, justificar.
¿Entonces, qué queda?
¿Esperar que la ventana estalle, que una nueva profilaxis se rompa?
Hay muchas certezas que reniegan de esta carta, y se clavan en alguna carne débil.
Hay un amor torcido. Hay encuentros, hay cierto entendimiento mudo. Un demonio ciego, sordo y mudo, que se llama a sí mismo "nosotros"
Fueron 11 meses de aprender. De responder a todas las preguntas de las 40 cartas anteriores. De recuperar, de construir, de descubrir, de destruir. De olvidar.
Y ahora no se puede decir de qué es tiempo. Esta vez lo voy a afirmar: no sé si habrá una carta 42, o si esta vendrá dentro de más tiempo. La sola existencia de ésta habla de las contingencias del tiempo. De una molesta incertidumbre, como castigo a todo lo que me sosegué. Es tiempo de entregarse a ello, tal vez.
Y cada día que pienso, saco una conclusión distinta. Debe ser eso. Cada día me despierto pensándote, como en cada carta, pensando en cada beso. Y es que pienso que debe haber algo especial que crea esto. Y tampoco puedo entenderlo.
No me queda mucho por hacer, más que agradecer estos 11 meses, y ver qué sucede, ser ese testigo que soy para todo en la vida, y soñar.
Al menos ahora sé que no estás muerto, y cada tanto, me contento con verte sonreír. Y todo eso, para mí, es un milagro.

El Círculo (Delirio)

Miró el círculo perfecto sostenido entre el pulgar y el índice. Tan pequeño…
-¿No hay retorno después de esto, cierto?
Una sonrisa que flotaba en el aire se amplió tentándome. Pronunció una pícara negación.
Puso el círculo tapando la luz de la sucia lamparita que colgaba de sus cables.
Una línea infinita; no hay comienzo, no hay final. Una figura perfecta. No había vuelta atrás. Un inicio que solo se reconocía antes de ella, pero que luego se desdibujaba en un espiral de delirios, de pasos, de agujeros de gusano. Una nueva visión del tiempo.
El círculo se hizo uno con ella.
Por un momento todo estuvo bien. Todo su mundo siguió igual. Era la despedida.
Pero en cuánto traspasó esa puerta, nada fue lo mismo. La música enturbiada explotó con detalles y colores. Estaba dentro, y estaba afuera. Estaba en todo. La penumbra no dejaba que viera colores, pero sabía bien que le hablarían luego de otras realidades.

"Llevada por un interés igual hacia todas las cosas que cruzaban mi vista, llegué a una galería. Era un pasillo que daba al patio, donde había unos sillones, pero también había vidrieras. Me senté en el sillón, y al lado mío, se aparició un hombre de barbas blancas y enruladas, vestido con una túnica. Estuve a punto de apelar en contra de su estilo, pero al mirar alrededor, no encontré mejores ejemplos del buen vestir. Eso también había desaparecido. Así que solo le sonreí, como para iniciar una conversación. No estaba segura de poder hablar, y tampoco era buena iniciando conversaciones.
-Yo soy Tiresias- dijo. –El delirante.
Estuve a punto de reírme, pero, ¿qué le iba a decir? Éramos todos así…
-No, - me dijo. –Soy un delirante con muchos años de experiencia. No me hice de una reputación para que llames delirante a cualquiera que pueda liberarse de sus sentidos.
Lo miré como si fuese muy importante lo que decía, pero en verdad, habían sido solo sonidos que se unían con la música del futuro.
-¿Te acordás cuando me acompañaste a ver al osado viajero? El que sostenía la espada sobre la sangre y me pedía respuestas a preguntas que estaban en su cabeza.
-Claro… Y después la horda de mujeres llorosas…
-Claro. Soy un delirante. Puedo ser partícipe del pasado, presente y futuro, en una acción.
Me levanté y fui a buscar algo. No sé qué. Había muchas puertas, y en la primera que abrí, había un aire fresco, y luz del día. En un escritorio, un hombre de grandes bigotes leía unas notas. Me invitó a pasar con un gesto, y me senté en uno de los sillones de cuero marrón.
-Psicosis. – dijo, asintiendo exageradamente con la cabeza. –Una confusión mental. ¡Incongruente!, ¡Incorregible!, ¡Inadecuada!
Y eso fue más de lo que podía manejar. Así que me fui, así como había llegado. Y seguí por la siguiente puerta. Esa sí que me sorprendió. Estaba la sonrisa voladora de nuevo, dando vueltas alrededor de una estatua de mi persona. En cuanto me acerqué, comenzó a caerse en pequeños pedazos. Con cierta desesperación empecé a sostenerla, pero lo único que hacía era poner mis dos manos sobre la cara. La sonrisa mostraba sus dientes y reía, y todo parecía un remolino que subía y que bajaba pero no dejaba de girar y girar. Por ese momento recordé el Maelstrom, y si cerraba los ojos podía sentir el agua y el viento pegando en mi cara; seguía sosteniendo la otra cara, por las dudas.
Cuando paró, pude ver que la cara estaba intacta. Mi plan había funcionado. Pero no. La cara ya no se parecía a la mía. Apareció detrás el hombre del bigote, y giró observando la escena como si estuviese en un museo.
-Es un claro mecanismo de defensa frente al derrumbe de la estructura del Yo. Pero ya no tienes identidad.
Me dio un pedazo de plastilina, y se fue caminando por un rincón donde parecía haber un jardín. Lo seguí, con intensión de ver de qué se trataba la masa. La estatua cayó, y se hizo pedazos en el suelo, que quedó lleno de cubos de azúcar, de los que nunca había visto.
En el jardín había agricultores. Había surcos, de los que se hacen para sembrar, pero todos los hombres allí presentes eran en realidad maníacos con camisas de fuerza que pisoteaban los montones de tierra y corrían en sentido transversal a los surcos, tropezando, llenándose de barro y babeando fuera de sí.
No. No quería estar allí. El hombre del bigote parecía disfrutarlo. Cuando me estaba yendo, se acercó de nuevo a mí y algo extraño sucedió. Su rostro comenzó a cambiar, como si fuese de goma, pero más líquido. Lo único que permanecía en su lugar, era el bigote de cepillo, lustroso, que dejaba distinguir cada vello como uno grueso y liso. Se aclaró la garganta, haciéndome notar que no era agradable estar mirando su vello facial con tanto interés. Pero entonces era otro. Uno de rostro divertido.
-Soy justo lo que necesitas. – dijo. Se le patinaban las erres, no sé si porque era francés, o porque… porque sí. Pero no había dicho ninguna erre…
-Justo por eso. Hay que aprender el lenguaje adecuado. –dijo, para mi sorpresa.
-¿Qué pasa acá?, ¿Acaso todos pueden leerme la mente? – pregunté indignada.
Todos los que estaban en el lugar señalaron mi cabeza. Sobre ella había un cartel con luces naranjas, en el cuál iba pasando todo este relato.
Basta, basta, basta. Nada de leer mis historias. Nada de contar mis historias.
Me subí a un auto que me llevó por un camino. Mi vida pasó frente a mis ojos, como le pasa a los que están muriendo.
Yo sabía que no era así. Estaba pasando al otro lado.
El túnel con la luz, y todas las imágenes de tu vida compaginadas en un moderno corto, son lo mismo que el delirio. Ambos sirven para pasar al otro lado."

M~