Carta nº 48

Es el final.
Ya no voy a escribirte. Simplemente, no hay más qué decir.
O sí, pero no quiero resultar equívoca. Mis palabras no son vagas.
En vano reúno estas cartas, por si algún día te quedan preguntas sin contestar.
Se cumplen 7 años de historia.
Hasta la próxima.

Carta n° 47

Te desprendiste.
Caíste seco a un lado. No sé aun por obra de quien.
Nemesis espejo natural que te expulsa del cuerpo, de tu cuerpo, de una entidad ya extraña.
Tal vez sea hora de aceptar lo que siempre fue. No mucho más que lo de siempre.

Un desprendimiento natural.
Un parto?
Un parto.
Con cierto amor, sin culpar al dolor, y por un nuevo comienzo.

De Historias y Leyendas

Hay historias que se ocultan detrás de relatos inocentes. Y abundan de esas entre las leyendas de la gente que en otra vida habitó estas montañas.
Cada piedra es testigo. Cada rasgo natural habla de una raza o de un pueblo.
Jamás comprenderemos del todo a la gente del pasado, gente que vivía entre las piedras y los arbustos, sobreviviendo.
Ellos al menos sabían lo que hacían. Y sabían por qué hacían lo que hacían; al menos esa impresión me llega de sus historias. No veo el derroche, ni la ostentación.
Entre estas leyendas, y horas de contemplación, comencé a cumplir una meta personal, respecto de las leyendas de los pueblos antiguos, y el descubrir su real mensaje.
Un sabio me dijo una vez que la “gente de la naturaleza” sabía muchas cosas que hoy desconocemos. Que mucho de ellos portaron esa sabiduría hasta morir, y muy pocos la transmitieron. Los más ancianos se negaban a enseñar, porque sabían que el género humano no estaba listo para hacer uso moderado, respetuoso y consciente de ese conocimiento, ese poder.
Pero de esos tres preceptos, los jóvenes de los ancianos que sí impartieron la sabiduría, erraron en aprender la moderación, y guerrearon a sus hermanos de raza. Y mirando a sus hijos a los ojos, con lágrimas, sabían cuándo no iban a regresar. Cuando veían ese rostro de muerte se apresuraban a contar los secretos de la sabiduría a sus hijos, sabiendo que no serían ancianos, pero tal vez sus niños sí.
Y los pequeños fueron criados por los ancianos en ausencia de sus padres, y se les enseñó a crecer sabiendo. Un modo de madurar tan complejo que esos niños, una vez crecidos no le desearon lo mismo a sus hijos, y así, llegamos a aquellos genios de las palabras que dosificaron la sabiduría en cuentos para que el conocimiento no pesara en sus hombros, y la responsabilidad fuese más natural. De allí, una responsabilidad hecha instinto, parte de su esencia, y luego, nacería el miedo, que atraería el silencio. Y la magia en las historias se perdió en la inocencia, en la sencillez.
Los ancianos lograron su cometido. No estamos listos para la sabiduría y solo vemos el entretenimiento.
El sabio me contó esta historia porque yo pregunté demasiado, y dudé de la sencillez de las leyendas.


(Incompleto)

Carta nº 46

Marzo 2011

Es un juego eterno. Tiramos un dado, avanzamos un casillero; tiramos un dado, retrocedemos dos. Cada cierta cantidad de jugadas, caemos en el mismo casillero. El mundo, fuera de esa burbuja, se despedaza.
Una mirada atraviesa el espacio, ignorando luz, movimiento, objetos, gente. Una mirada que atraviesa el caos circundante para dar con tus ojos. Porque no hay más; en ese casillero solo estamos nosotros.
A veces creo no entender cómo hacés para sentirlo, pero se me demuestra que lo sabés, igual que yo. Y es por eso que después de un mes de haberte creído erradicado de mi mente, lo invadís todo, como una plaga que no bien toca la superficie se expande a gran velocidad. Llegaste tan profundo, hasta mi sueño, otra vez.
Y ahí te quedas, obstinadamente sonriente, espantapájaros sin cerebro.

Tesoro

"Circulan miles de historias sobre un tesoro, durante muchos años codiciado por hombres de poder. Muchos caza-recompensas, muchos hombres de valor se han perdido en su búsqueda.
Yo, Jeremiah el sabio, lo encontré.
Al momento en que escribo esta carta, tengo ya más de ochenta años. Empecé mi búsqueda cuando era un pequeño, con la fantasía de convertirme en un gran hombre. Ya no sé qué llenaba mi mundo antes de ello.
No puedo explicar la emoción que sentí cuando finalmente lo hallé, aunque supongo que si tú, lector, tienes en las manos esta carta, habrás sentido lo mismo.
Sería un placer hermoso poder ver tu rostro cuando lo veas"

El tesoro resalta en la habitación. Es un hermoso baúl de madera, con refuerzos en oro, y decorado con los más hermosos labrados y las piedras más brillantes. Descansa sobre un pedestal decorado en sus cuatro lados por escenas, de las que no se termina de entender la representación.
Al abrirlo, se sorprende uno de ver su contenido. Hay varios papeles, que al observarlos en detalle se descubren como cartas, dibujos, retratos. Hay varios más pequeños; boletos de viaje, entradas a espectáculos, y pequeñas publicidades. Un mazo de cartas, dados, una foto. Algunos amuletos extraños, y un reloj. Pequeñas estatuillas en escala, de diferentes monumentos, de distintas personas. Unos libros, unos discos. Dos anillos y un colgante, que, aunque parecen de oro y plata, no son mucho más valiosos de lo que puede ser cualquier otro que tengamos. También había un espejo.
Solo eso se halló en el baúl. Y en el fondo, otra carta.

"Viajero, te habla de nuevo Jeremiah el sabio. Este es el preciado tesoro que muchos hombres han codiciado. Era de una persona cuyo mayor deseo, era conservar su memoria, los recuerdos de su felicidad.
Yo pasé mi vida buscando los recuerdos de alguien más, y descuidé los míos."


Agosto 2010

The Madman

(Ya no lamemos las heridas.)

Soy un fantasma.
Mil cien días que se arrastran.
Un ser marchito
que una mujer desvaneció.

Soy una tumba.
Un silencio, un momento.
Un mirada fija y lágrimas que se evitan.
Un último adiós.

Soy un fugitivo.
Un ojo ciego, un rastro de polvo.
El predador de las bestias.
El que quita la corona al león.

Soy un asesino.
Un solitario que vive de prestado.
Una máquina de precisión.
Y el cigarro en la esquina de la sucia ciudad.

Soy un olvidado.
Un café frío entre papeles.
El libro más largo del mundo.
Y el único que esas tres niñas pueden ver.

Carta nº 45

Febrero 2011

En un día que no existe, no te puedo decir todo; no te puedo decir nada.

Carta nº 44

Enero 2011

Como el mar.
Violento y hermoso. Profundo.
Se aleja y arrastra todo. Te hunde.
Vuelve a golpearte en un abrazo inmenso. Te llena, te cubre.
Va. Viene. Se aleja, vuelve a uno.
Y cada vez que lo hace, lo hace de manera única.
Lo hace de una manera pasional.
Es transparente, o la furia lo revuelve.
Así mismo. Vos.
Como el mar.

Probablemente...

Hoy perdiste algo precioso. Probablemente nunca te des cuenta.
A cada segundo millones y millones de chances tienen su oportunidad de hacerse realidad, y probablemente las ignores todas.
Todos los momentos de nuestra vida están llenos de momentos mágicos que tenemos que cazar al vuelo, y saborearlos, compartirlos, y hacerlos historia. Probablemente no me creas.
Cada beso, cada sonrisa, cada caricia es única; cada vez que cazamos un arco iris, una tormenta, un color, es irrepetible. Probablemente no lo sepas.
Tal vez recuerdes una tarde de playa, tomado de mi mano y una bandada de gaviotas sobre nuestras cabezas. Probablemente guardes en tu corazón algunos momentos que se resisten al olvido. Es posible que me equivoque.
No creas que soy pesimista. Solo huelo tu miedo.