A veces
suceden cosas sobrenaturales. Aun en lo más profundo del mundo real. En este
mismo momento, mientras mis dedos bailan estas líneas, siento que hace meses
que todas las acciones se dirigen irremediablemente hacia este momento, como en
caída libre, como una consecución infinita con destino al ahora; con destino al
relámpago iluminante, reflejado en nubes rojizas que acaba de distorsionar los
colores de mi cielo.
Empecemos
por una máquina de escribir algo antigua, guardada durante años, y desempolvada
por una mujer, para ponerla en mis manos. Sigamos con un equipo de sonido,
capricho invaluable de un momento desconocido, atravesado por una circunstancia
llena de amistades ahora ausentes. Después vino un cambio de hogar, caótico y
necesario, lleno de contradicciones intelectuales y emocionales, llenando todos
los rincones de preocupaciones infundadas, y yo, aun, sin comprender el
desencadenamiento de todas estas acciones.
Ya en el
nuevo hogar, un cambio de orden. Una ventana hermosa, y el momento de
iluminación en el que, juntando todas mis escasas fuerzas, coloqué el pesado
escritorio frente a ella, y llenándolo todo de sonidos tenues, apagué la luz.
Un mar de
nubes.
El más
maravilloso mar de nubes, y pequeñas estrellas terrenales debajo, en los
perfiles lejanos de los edificios, cual mar de cabeza y barcos a la deriva. Una
brisa cariñosa, ni muy fría ni muy cálida, besó mi cuello y se acomodó en mi
cama, detrás de mí. Los últimos acordes de una canción perdida me sonrieron, y
supe que era este el momento sobrenatural que venía construyendo.
125 años
antes, nacía un ser sobrenatural.
13-06-88
13-06-13