Trébol de Cuatro Hojas

Dedicado a un misterioso amigo, que provocó mi orgullo trayendome mi propia negación a escribir sobre el absurdo, la suerte y la tragedia.

(Mis dedicatorias casi parecen de libro de verdad...)

Esta es la historia de Marleen.
Marleen era una mujer de 30 años, con una suerte desfavorable. Estaba sola, a excepción de su novio… que acababa de dejarla. Tenía un gran trabajo… de la que acababan de despedirla. No tenía hijos, ni familia; vivía en un departamento diminuto, con una amiga… que acababa de mudarse.
Marleen conservaba la calma. Después de todo… al menos estaba viva, sana, en una pieza. Pero el resto de sus conocidos no estaba de acuerdo con esto, o al menos, no convenían lo mismo sobre su esfera mental.
Ya resignada, sin pelear demasiado, salió ese frustrante día de la casa de su, ahora ex, novio, para posar instantáneamente su vista, en el odioso ficus de su puerta. Era despreciable, y hasta pensó en descargar sus sentimientos negativos con el arbolito. Simplemente lo fulminó con la mirada, pensando en lo infantil que se vería en ese momento.
Pero algo llamo su atención.
En la húmeda tierra, ya que el condenado arbusto estaba mejor cuidado que ella misma, vio una pintita verde, casi llamándola.
Era un trébol de cuatro hojas.
Lo metió en su bolsillo, sintiéndose afortunada, y siguió su camino.
Luego de caminar unas cuadras, en las cuales su mente la había castigado con la terrible sentencia de estar definitivamente sola, se le ocurrió llamar a alguien. Revisó sus contactos en su teléfono… La mayoría de la gente solo pondría una tonta excusa. Excepto una persona…
-John, me voy a morir.- dijo llorosa al teléfono, diez minutos después.
No hubo respuesta del otro lado.
-Vamos… mi ex esposo no puede darme vuelta la cara cuando estoy por morir…
-Marleen, todos sabemos que no vas a morir… otra vez.
-¿Por favor?
Su interlocutor colgó. Eso, sabía ella muy bien, era un sí. Prefería no asumir su derrota, y por eso él siempre colgaba.
Durante el resto del día, preparó algunas cosas en un bolso, y se dispuso a tomar un avión para ir a verlo.

~ • ~

Despertó bruscamente. Estaba en el avión aun, y alguien tiraba de sus brazos de un modo poco gentil. Su vista estaba nublada, y los sonidos se oían distorsionados. Su mente tenía cierta claridad, que le permitía pensar que era muy mala idea tomar pastillas para dormir en un viaje de hora y media.
Trató de seguir la dirección en la que la tironeaba, y su frente golpeó fuertemente, con sonido hueco, contra algo frente a ella.
Y todo se volvió claro.
Había fuego. Gente desesperada.
Solo puedo pensar una cosa, y no fue la más inteligente. “Odio la gente llorando desesperada”
Se vio liberada de los tirones, y trató de moverse para salir, como todo el mundo, pero en un misterioso humor pacífico.
Una vez que logró salir fuera, vio el caos. La gente sollozaba en la pista, abrazándose. Había bomberos, ambulancias, cámaras, todo tipo de cosas que se ven en los accidentes de las películas.
Una mujer joven se acercó y le preguntó si estaba herida. Se miró, y a pesar de que era un desastre, le dijo que estaba bien, solo un poco sacudida.
Tras de ella se acercó un hombre, con aspecto de policía, pidiéndole una identificación. Buscó en sus bolsillos, entregándole una cédula.
-Tiene suerte de estar viva, señora. El incendio comenzó cerca de su asiento.
Estuvo a punto de levantar la cabeza para replicar, pero lo que encontró en su mano la mantuvo en silencio.
Allí estaba su trébol, con una de sus simpáticas hojitas separada, y aplastada.

~ • ~

Encontró a John en el aeropuerto. Seguramente, él había ido a presenciar su muerte. Oh, no, él tampoco tenía suerte.
-Te dije que iba a morir.
-Estás hablando, no estás muerta.
-¡Pero perdí mis cosas!
-Eso es definitivamente muy distinto a estar muerta.
John no habló más. Solo escuchó la seguidilla de maldiciones en varias lenguas, con una sonrisa resignada.
Después un rato, Marleen decidió callar. Se acurrucó en su asiento, para calmarse. Mas no bien se acomodó, pudo ver claramente la escena.
Ese día, no estaba hecho para que sus asuntos vayan bien. Había sabido desde la mañana, que no debía levantarse. Nada hubiese pasado.
Transcurría todo en una enferma cámara lenta, que le mostraba con detalle, casi provocadoramente, los siguientes acontecimientos.
Vio muy simple, frente a sus ojos, los hechos. Era el momento para una acción de su parte, o confiar en… el azar que la salvara de un nuevo accidente.
No podía quedarse solo mirando, aunque fuese increíblemente hipnotizante.
Tomó aire, y con un movimiento inesperadamente ágil, le arrebató el volante a John, haciendo una brusca maniobra que dejó una columna enterrada en la trompa del auto. La camioneta que ella vio aproximarse, congelándola unos segundos eternos, para luego hacerla reaccionar, se estrelló contra el costado de la parte trasera del auto, para luego dar en el frente de un edificio.
Hubo un largo minuto de silencio.
John le preguntó si estaba bien, y solo se limitó a asentir, y maldecir en voz baja.
Después de unos minutos, en los que no se atrevió a moverse, se dio cuenta que estaba tensionando todos los músculos de su cuerpo, así que trató de relajarse.
Pero el destino, ese día, no iba a dejarla en paz. Entre sus dedos, en su puño apretado con fuerza, vio el delicado borde verde de una hoja. Había presionado tan fuerte en su puño el trébol, sin darse cuenta, que otra hoja se había desprendido, arrancada por sus dedos.
Eso la mantuvo calma mientras todo el escenario se desarrollaba, y a sus ojos, eso sucedió con una velocidad increíble.
Podía ver la gente caminando, autos yendo y viniendo, policías, ambulancias, otra vez, pero ahora como en una cámara acelerada.
Después de algunas horas, terriblemente exhausta, pudieron alcanzarlos hasta la casa de John.

~ • ~

El edificio, la gente, todo seguía igual.
La casa de John había sido también su casa hace 5 años. Y en 5 años, nada había cambiado.
Le pidió una manta, negó todos los ofrecimientos de comida, y se hizo un ovillo sobre el sillón.
Cayó dormida al instante, después todo el movimiento del día. Quería paz. Era algo precioso en ese momento. Quería dejar de sufrir cosas, de que bombardeen su cerebro. Y pudo cerrar los ojos con una leve sonrisa, sintiendo cierta rara seguridad, al estar cerca de John.
Sus sueños fueron extraños. Su cerebro seguía trabajando a velocidades variables, aun mientras dormía. Por momento repetía hechos de su caótico día al doble de velocidad, y cambiaba bruscamente a imágenes lentas, distorsionadas, con sonidos huecos y fantasmales.
En sus sueños, se preguntó qué estaba mal con ella.
En sus sueños, se alegró de estar cerca de John.
Pero despertó, una vez más, violentamente. Se sintió mareada, y sacudida. Había alguna clase de olor nauseabundo, que no llegaba a ser un aroma.
Trató de incorporarse, pero solo logró golpearse, y caer al suelo.
Permaneció un momento allí, preguntándose si esta vez sí iba a morir. Se miró a si misma, aun vestida, arrugada, arruinada, y suspiró. Sintió un miedo indescifrable.
Durante unos segundos estuvo inmóvil, mientras todo se hacía más turbio, y le costaba respirar.
Un instinto hizo que metiera su mano en el bolsillo. Vio, contrastando con su piel, las dos hojas de su trébol maltrecho.
No se sentía capaz de moverse mucho, así que dejó caer la mano sobre su cara, y se comió uno de las hojas restantes.
Inmediatamente, un grito, un poco ahogado, salió de su garganta.
Minutos después, todo se removía a su alrededor de nuevo, cubierto por una espesa niebla, que parecía afectar también a los sonidos.
En medio de este estupor, vio a John, sobre ella, tratando de decirle algo. Su alrededor se movió bruscamente, y quiso vomitar. Pero la brisa fresca, y las luces de la ciudad, se lo impidieron, y le dieron un asomo de claridad nuevamente. El perfil de la ciudad se delineó frente a sus ojos.
Se hallaba frente a la ventana abierta, y John, en su espalda, le decía que ya estaba todo bien, que ella los había salvado de la fuga de gas.

~ • ~

Todo eso no podía estar pasando.
Miró al horizonte; los edificios iluminados en plena noche. La ciudad resplandeciente.
No fue capaz de salir de la ventana. La brisa fresca era su apoyo vital, y de todos modos, se hallaba en esa especie de trance posterior al shock.
El sabor amargo de su boca se hizo más notorio, cuando recordó haberse comido parte de su trébol.
Lo quitó de entre sus labios, y lo arrojó al viento.
En su mano, solo quedaba un pequeño tronquito y una hoja.
Era todo lo que necesitaba para regresar a casa.
Se volvió a la habitación, y vio a John dormido. Veló su sueño durante unos minutos, y le agradeció muchas veces.
No podía quedarse, y seguir maldiciéndolo.
No podía quedarse y seguir teniendo accidentes.
Había que ponerse los pantalones de la vida y enfrentarlo todo.
Con esa decisión, ni bien salió el sol, tomó los restos de su trébol y las pocas cosas que le quedaban en sus bolsillos, y salió.
Cruzó la calle sin problemas, y caminó las pocas cuadras que la separaban de la estación del subte que la acercaría a la terminal de ómnibus sin problemas.
Con las pocas monedas que le quedaban, compró una tarjeta de un pasaje y la puso en su bolsillo. Caminó los pasillos eternos de esas sórdidas estaciones subterráneas con algo de nerviosismo. Hasta el momento, todo iba bien. Su paranoia incluso la mantenía distraída de la cantidad de gente que tomaba el subte a esa hora para ir a sus trabajos. No maldijo.
Sacó la tarjeta del bolsillo, pasó el molinillo.
Se oyó el sonido del coche aproximándose por el túnel oscuro, y la gente comenzó a moverse, impaciente.
Su pie chocó contra algo, y perdió la estabilidad. El suelo pareció más lejano de lo que esperaba, y lo entendió cuando vio los pies del resto un metro por sobre su cabeza, y las luces de la máquina horriblemente cerca. Metió la mano en su bolsillo, buscándolo.
Fue lo último que hizo.

La hoja yacía debajo del molinillo, que había pasado varios minutos antes.

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