Tributo a Cortazar

Breve respuesta al capítulo de Rayuela donde la maga escribe a Rocamadour. Hecho para el taller literario :D


Mamá, mi linda mamá, en el espejo, mamá:
Ahora soy yo el que está en París. Tu Rocamadour en París, mamá. Y vos en el Uruguay, con un hombre, o con Perico, o con Horario, o con otro. Tal vez ellos no tengan frío, pero yo pasé ya muchas noches sin mi mamá en el espejo para que me abrigues.
No escribo para que sepas de mí. No escribo para decirte que estudio, que tengo novia o que me mudé a un lindo piso del Boulevard Saint Germain. No escribo porque me aburría de mirar una pared pintada de beige, ni un piso con baldosas cuadraditas blancas, negras, blancas, negras, blancas, negras, blancas… No sé por qué escribo. Acá en París todos escriben, o hacen como que escriben. Te miran de reojo para ver si los espias, y ponen caras de inspiración, o de complicación, o de constipación. Otros hacen que pintan. Manchas y manchas y manchas, y si no te gusta te dicen que es el fondo. Yo no hago nada de eso mamá. Rocamadour no pinta, y solo escribe a mamá.
La gente afuera se cubre las orejas con pompones. Dicen que es para pensar mejor. Yo creo que es por el frío. A veces se hacen los ahorcados con unos echarpes y esconden las manos como si hubiesen robado manzanas. Las narices no dejan de llorar dondequiera que vaya. Yo creo que es por el frío. Las bocas se prenden fuego y largan un humo largo cada vez que hablan, o se saludan. No lo pueden ocultar, y por eso suspiran, y más humo se escapa. Yo creo que es por el frío.
Por las noches, mamá, me gusta sentarme en la puerta de un museo y mirarlo apagado. Solo y abandonado por sus fieles. A Rocamadour le gusta el museo, aunque se siente un poco tonto cuando se ríe de algún garabato y la gente lo mira mal. Por eso me gusta por las noches, mamá. La gente no se ríe de mí cuando me río de los dibujitos. Cuando el museo está solo me parece distinto. Es como más mi amigo. Y está solito, así que no le importa si me río de sus dibujitos.
En el bar también hay muchos hombres con caras serias. Hablan con palabras difíciles, tuercen las bocas y fruncen el seño. Discuten y discuten. Yo les tengo respeto. Seguro que deciden cosas importantes. Siempre toman cosas fuertes. Y terminan gritando. Hablan un poco más fuerte que el que habló antes, y terminan gritando. Al final, mamá, se sujetan las manos, las sacuden, y se van.
Esos son, mamá, los mismos hombres que después se vuelven malignos, y me aumentan los precios. Me tuve que ir del piso de la Rue Richer, que era tan lindo con esa ventana con marquitos de angelitos. Me tuve que ir y ahora extraño los pisos con maderitas, y a la vecina con manos de papel que hacía facturas. Me llenaba la cocina de olor. Si venía alguien pensaba que tu Rocamadour era un excelso cocinero. Me tuve que ir porque el dueño se puso furioso por una alimaña entre la escalera y el ascensor. El mismo día prendió de la puerta una cartulina roja, y con una fea letra marrón, escribió algo así como que subían los precios. Eran unos números de los que ya no te reís, cuando hay que contar billetes.
Entonces mamá. Entonces no sé si me voy a quedar acá. A lo mejor mañana escribo de nuevo porque me olvidé de lo que hice hoy. Tal vez esta noche haga una sopa de hongos de una receta que me dio el celador. Capaz que vaya a la cafetería a ver a las muchachas que sirven el café. Es probable que mire y cuente los granitos de la pared. Hay posibilidades de que me envuelva en una frazada y me haga un gusanito, o que hunda en el espejo esperando ver a mi mamá, a vos mamá.

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