Café con los Poetas Muertos

Sentada, o más vale decir desparramada, en una silla simple e incómoda, sintiéndose una diva intelectual, de largo cuello desnudo e incitador, miró su café. Cortado, oscuro, para engañar su potencial úlcera. Tres de azúcar.
Levantó la cabeza y vio a sus poetas muertos.
Lidiar con la mano del muerto, dijeron, no es fácil, y no fue fácil para ninguno, nunca.
“Pero no nieguen que su vida no fue más romántica, más llena de valores, de revoluciones, y de interés”.
“La vida de todo poeta, muerto o vivo, debe ser así. Es la gracia de ser poeta”. Eso dijo Jack.
Se inclinó a pensar, escupiendo vagas palabras poco pensadas, que se abrumaba por la frivolidad, el interés vano, y el cinismo realista tan temido, que veía resplandecer sobre las cabezas de los hombres de su tiempo.
Los poetas muertos no pudieron responder.
Paul se aventuró a decir que, si bien eran más fáciles de enfrentar, los problemas contra los que ella luchaba, eran poco poéticos. Creía también que la gente se estaba secando.
No había una solución. Y ellos esperaban, tal vez, una. Ellos eran sus poetas muertos. Y ella, era incapaz de seguirlos.
Un sorbo más de su café. Los poetas muertos se miraban, divertidos.
Se sintió como en un tribunal. Observada, a prueba.
No podía hacerle frente a esa situación. Ella no podría hacerle frente. Se excusó con esas palabras, como si pesara sobre su cabeza una acusación muda.
Los poetas muertos la miraron con compasión.
Ella irguió la cabeza, con la mirada dura. Tenía la calidad para hacerlo.
“Las palabras no salen. No quieren salir. Son ellas las que se abruman”.
Era una gran declaración.
Charles se sonrió. Tienes la bendición, le dijo. Tiene la bendición, repitió, para el resto de los poetas muertos.
Ella escondió su cara en la taza, fingiendo beber. Ocultando un grado de miedo, esperanzas, alegría y orgullo.
Charles perdió su mirada, y en su trance, comenzó a hablar. De cada rincón oscuro y horrible hemos arrancado palabras bellas, y fuentes y musas. De cada odio, una sonrisa. De cada gota de sangre, una bella letra capital.
Misteriosamente, a los ojos llenos de orgullo de Charles, se sintió indigna.
En un gesto que recordó al cine francés, apretó los ojos, y apartó la mirada. Los poetas muertos se sonrieron, cómplices.
El último poeta muerto entró, para la escena. No somos tus poetas muertos para que seas actriz, dijo, muy fríamente.
No lo entenderías, las palabras se niegan a salir. Hay ideas, y no salen. A las ideas le faltan ideas, y no salen. A veces no hay ideas, y no, no salen. Lo poetas muertos deberían tener una solución. Sus palabras salieron como una recriminación. Se la veía un poco más sacudida, y un tanto suplicante.
Arthur la miró con cariño. O eso se propuso. Hay toda una farsa allí por representar, le dijo, quitándole importancia a la queja que veía aproximarse.
Henry se levantó, habiendo apenas llegado, y molesto, como siempre parecía estar, le espetó que si viviera, no necesitaría escribir. Ninguno, ni los poetas muertos, ni ella, supo cuál de los sentidos de esa frase fue el intencionado.
Los demás malditos observaron en silencio. Ellos entendían.
Los poetas muertos se incomodaron ente su mirada. Ella los miró uno a uno, esperando algo más.
Escribe sobre el amor; escribe sobre los sentimientos; escribe sobre el mundo; escribe sobre la liberad, dijeron los poetas muertos. Ellos no lo comprendían.
Sí comprendían esa huelga de palabras. Ese vacío, esa impotencia.
No comprendían qué la ataba.
Era ella la que se debatía si ellos entendían o no. Ellos estaban muertos y malditos porque podían entenderlo.
Empieza por el final, y escribe sobre la muerte de una mujer hermosa, dijo Edgar.
Los poetas muertos la miraron a ella esta vez.
Todos nos enfrentamos a nuestros fantasmas. Todos tuvimos un mundo horrible, vacío, triste y gris. Pero somos tus poetas muertos. Escribe. Sobre nosotros.
Ella supo lo que tenía que hacer.
Terminó de un sorbo su café, ya frío.
Cuando dejó la taza, los poetas muertos habían desaparecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario