Lapiz y Papel

El despertador sonó, y todas las palabras y rostros volvieron a mi mente. Moviéndome en cámara lenta, como en una burbuja llena de líquido denso, llegué al viejo edificio, a la multitudinaria clase, llena de ruidos y caras anónimas; hasta entonces, lo único presente en mi mente eran aun tus palabras haciendo eco, desde la noche anterior. Una maraña de pensamientos e imágenes. Se hizo el silencio allí y en mi mente, y una voz gigante quiso explicarme nuestro lenguaje. ¡Nuestro lenguaje! Como si supiera de vos y yo; ¡como si supiera de tus palabras y de tu voz! Quiere venir a explicarme por qué mi mente retiene tus palabras, cuál es su sentido, y por qué soy capaz de recrear tu voz en el silencio de mi mente. ¡Se cree capaz de verte a través de mí! La voz gigante anula las demás, anula mi reacción, y quiere que comprenda que todo está en mi cabeza, que no somos únicos, y que sabe… esa voz sabe.
Huyo de ella. No puedo seguir la lógica de su sentencia. Recorro la ciudad pensando aun, en mi burbuja, en nuestras palabras. ¡Y ahora la voz sabe de nuestro lenguaje! Aun en sueños, luego, tu voz y su voz se funden, y no sé si trata de explicarme, o son otra vez tus palabras.
Ya no somos dos. Ya ni el sueño me da calma. La voz no me abandona, y ahora lo que resuena es su explicación sobre el lenguaje.
La ciudad me reclama otra vez; un lápiz y un papel me ofrecen escape. En ellos también hay un reflejo de la voz gigante, dando cátedra sobre lo que significan mis propias palabras; pero el placer la rompe, la calla.
La palabra escrita también es espejo de su mensaje. Pero este es mi mundo.
La palabra escrita vence.

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