Silencio

Aquí el prólogo de lo que se viene... Veremos qué sale de esto. Las ideas cambiaron bastante, pero siempre es lo mismo. El momento le dará su magia.

Prometía ser un año como cualquiera de los anteriores; triste, miserable, y gris, pero con las aventuras que un mundo moderno seguía prometiendo para todo quien tuviese los ojos, oídos y en general, todos los sentidos y sentimientos abiertos a las nuevas sensaciones. Resumiendo, el mundo seguía siendo el mismo de siempre, el mismo mundo que recorría Verne, y el mismo mundo de la Gran Guerra. El mismo mundo que llamó el Nuevo Mundo a América, donde solo terminaron yaciendo latinos condenados por el resto del mundo.
Es cierto que para ese momento, el concepto de aventura, de osadía, y hasta el mismo significado de límite, se habían transformado en una masa amorfa de palabras sin sentido, dejada fuera de circulación, casi “pasada de moda” como se solía decir en otra época. Aun así, unos pocos aprendimos que no había chistes en su definición, y que ya no hay Hollywood que nos salve de la perdición de presenciar en historias hipotéticas cosas que no cabían antes en nuestra imaginación.
En este momento, y con todo lo sucedido ya procesado en mi cabeza, casi asimilado, ya no me asombra que nuestra búsqueda se haya rebalsado de su contención. Aun ahora, la falta de sustento por parte de los sentidos, algo impensable y terrible en otras épocas para quienes no lo sufrían, pasa casi inadvertido, y al contrario de lo que suponía, la humanidad, una vez más, ha demostrado superarse a sí misma de su propia insania, respondiendo aceptablemente al plan macabro con que la naturaleza pensaba enseñarnos una lección. El hombre no aprenderá la lección. Nunca. Solo se adaptará como el bueno de Darwin advierte en su estudio, y será tontamente feliz, creyéndose de espíritu elevado por su evolución, sin aceptarse como un animal más.
Pero no es del desprecio de una pobre funcionaria del Estado hacia la humanidad de lo que trata esta carta, a ella destinada. En este momento, sentada frente a una vieja máquina de escribir, instrumento que casi no suele verse, me contento con saber que algún interesado sabrá el motivo de mi muerte. Es una máquina más o menos grande, algo incómoda si se quiere, para quien está acostumbrado al teclado de una portátil, por la altura y la posición de las letras. Que utilice un instrumento tan obsoleto, que completa el hermoso cuadro de mi futura muerte, con estos pequeños elementos pintorescos y significativos, tiene su triste explicación. El terrible ruido que produce al presionar sus teclas, duras, y generalmente frías, como un disparo, que deja su tatuaje de pólvora en forma de letra entintada sobre una inocente hoja de papel blanca. Un disparo tras otro forman las palabras a simple vista frente a uno, que cuida no equivocarse, y que al cabo de un rato produce un terrible dolor de cabeza producto del golpeteo. Ese es el motivo. Ese sonido es casi un símbolo de lo que la humanidad ha perdido a este punto. Produce un inquieto remover en mi memoria, un profundo dolor dentro, como cuando recordamos a alguien que ya no está entre los vivos.
La historia fue trágica, si me permiten volver sobre el tema que todos parecen haber olvidado. Los únicos que tuvieron en sus manos nuestros destinos, desde tiempos tempranos, no fueron ni los dioses, ni los gobernantes, ni nosotros mismos. Nuestra miserable existencia siempre estuvo sujeta a los enfermos juegos de la ciencia. Siempre fuimos tontos muñecos de lo que la ciencia quiso hacer con nosotros, desde permitirnos romper nuestras barreras espaciales, dándonos vehículos y construcciones, hasta llegar a obligarnos a pensar lo que querían, haciéndonos permanecer en nuestros hogares con nuestros aparatos, ¡oh!, tan necesarios y suplentes de nuestras faltas.
No digo en ningún momento que sea la culpable de todas nuestras miserias, ni justifico el carácter de por sí enfermizo del hombre en base a ella; excepto a veces, en los días en que, tan fatalista, se me ocurre que sí es así. Pero es algo que nadie puede refutarme, porque no sabemos que hubiese sido de nosotros sin la ciencia, y si queremos decir más, no sabemos siquiera si no es parte del desarrollo propio del hombre. No se sabe de casi nada que el hombre pueda hacer sin ella. Al menos ese es mi pensamiento. Solo se me ocurre una serie de cosas que ya casi no hacen relevancia en nuestra mente: besar, abrazarse, sentir, cerrar los ojos de cara al sol, entregarse a la tibieza y a la brisa sobre la piel.
Son las pequeñas cosas de la vida que no perdieron sus grandes significados aquellas que prevalecen y perduran más allá de las vicisitudes.

M~

2 comentarios:

  1. sabés que me encanta como pensás y escribís, te felicito.

    tu ne

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  2. Vicisitudes. Estoy irremediablemente enamorado de esa palabra y sus derivados.
    muy bueno, visceral. Me tomo la libertad de Feed Back: las palabras terminadas en ción, suelen trabar la fluidez del texto literario.

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